Kobe Bryant

Kobe Bryant y una pregunta que escuece

La muerte del jugador americano vivida por los alumnos de un instituto milanés. Por mucho que hablan y discuten, las cuentas no cuadran, siempre queda un último «porqué» que no se puede cerrar

La muerte de Kobe Bryant ha hecho que este gran jugador se convirtiera de repente en compañero de muchos de nosotros. Doy clase de lengua en un instituto técnico de Milán. El año pasado leímos en clase su carta titulada Dear basketball (“Querido baloncesto”, que escribió al retirarse de su carrera profesional), de la que surgieron diálogos muy interesantes. Por ese motivo, al día siguiente del accidente decidí escuchar las preguntas y consideraciones de mis alumnos tras la muerte de este gran deportista, su hija y los demás pasajeros del helicóptero.

En la primera hora, me encontré enseguida con uno de los mayores fans de Kobe, uno de los que mostraron más interés el año pasado. Al oír mi pregunta abrió su Instagram para mostrarme la cantidad de post publicados y saltó inmediatamente: «¡Qué asco! Todos lo comentan solo porque ha muerto». «¿Y tú qué dices?». «Yo no he dormido en toda la noche, es absurdo».

A la hora siguiente, después de un trabajo en clase, otro alumno me pidió «hablar de la actualidad» (algo que no me había dicho nunca en dos años). «¿De qué queréis hablar?», pregunté. «De la muerte de Kobe Bryant». «¿Y qué hay que decir al respecto?». «Que es absurdo, que no es justo, es demasiado joven». Vuelve a surgir un diálogo intenso, con toda la clase. Al principio, es comprensible e inevitable, sobre la búsqueda de las causas («¿niebla, fallo del motor?») pero inmediatamente siguió una afirmación vertiginosa: no hay explicación técnica capaz de responder la pregunta más apremiante y verdadera de todas: «¿por qué?». «Si fuera capaz de deciros los motivos técnicos exactos por los que el helicóptero se precipitó, ¿os quedaríais satisfechos?», pregunté. «No, en el fondo siempre quedará el porqué», me dijo el mismo chico. Su claridad me conmovió. La pregunta del porqué pide cuentas, en su vida y en la de todos nosotros. La acumulación de post en Instagram, los obituarios de prensa, en el fondo no resuelven nada. «Con esta pregunta tenemos entre manos algo que “escuece”», les dije y de ahí la búsqueda de post, explicaciones o hasta una oración para cerrar un discurso… todo con tal de no permanecer demasiado tiempo delante de esa pregunta y que no escueza tanto.

De nuevo el mismo chico insistió: «Pero a esa pregunta no se puede responder». «No lo sabes», le dije: «Solo espero que no la “cierres”». Y antes de salir de clase añadí: «Si digo que la vida tiene sentido podéis pensar que estoy loca o que ya sabéis dónde encontrarme».

El trágico final de Kobe grita la pregunta por un significado adecuado, que no se limite a las investigaciones necesarias, que no se “licúe” entre los comprensibles homenajes, sino que ofrezca la hipótesis de un camino para cada uno de nosotros. Es la pregunta que, en cualquier caso, nos ha acompañado en clase ante el vértigo producido por este suceso.

LEE TAMBIÉN – Paraguay. Cuando el corazón se enfrenta al océano

Es muy fácil decir que los jóvenes viven distante, desinteresados. Desafío a los que dicen eso a responder a las preguntas y objeciones que me plantearon aquella mañana. Preguntas apasionadas, “de mayores”, que despiertan a los chicos, a veces adormilados pero nunca apagados del todo. Por eso, con todo lo trágico de este hecho, Kobe es desde ahora más amigo nuestro que nunca. Su dramático destino ha sacado a flote, una vez más, el corazón de mis alumnos. Y el mío.
Carta firmada