Paraguay. Cuando el corazón se enfrenta al océano

Las vacaciones de los jóvenes trabajadores de CL en las montañas que se reflejan en el Atlántico. Una belleza que despierta la nostalgia y, al mismo tiempo, una plenitud…

La vuelta de las vacaciones de los jóvenes trabajadores me ha encontrado con una herida aún más profunda que antes de ir. Últimamente me acompaña una angustia muy grande por el drama de la vocación y del camino que tiene que seguir mi carrera. Este es el primer año luego de haber terminado la universidad y, por lo tanto, el más incierto de todos. Además, tengo una prima muy querida en un tratamiento oncológico muy delicado. ¿Con qué actitud vivir todo esto?

Con esa gran inquietud subí la montaña y al llegar a la cima, me sorprendí de lo potente que era y lo fuerte que gritaba en mi interior. Estar frente a la inmensidad del Atlántico, una belleza tan grande que hasta lastima, ha traído consigo una nostalgia tempestuosa. «Qué inmensidad tan grande; pensar que alguien hizo todo esto para mí y yo soy incapaz de corresponderle». Más aún, ¿qué hago yo con esta nostalgia? ¿Qué será este deseo tan grande de belleza y de amor que me pone Dios en el pecho y que parece no servir para nada?

Nuestra amiga Isabel contó en su testimonio que la nostalgia le ha llevado a buscar mucho más y que esta no desaparece, sino que crece con el tiempo. Nos dijo que la nostalgia es signo de la preferencia de Cristo hacia nosotros. No se escandaliza de ella, al contrario, la agradece. Aprender que la nostalgia es signo de amor me respondió a la pregunta que hice frente al mar y me trajo una hermosa paz.
Durante la asamblea del último día me surgió una pregunta para un amigo: ¿qué es la Iglesia para vos, ahora que hiciste experiencia en el movimiento? Después de responderla él, me preguntó lo mismo. Y yo respondí que hoy la Iglesia es para mí la comunión de los santos, que la manifestación más clara de la santidad de nuestra Iglesia es la forma en que Jesús, a través de su cuerpo, conecta nuestros corazones y nuestras vidas, una fuente inagotable de humanidad que puede acompañarnos en cualquier parte del mundo, en cualquier momento de la historia. Esta certeza se volvió aún más evidente el año pasado, cuando una amiga de los jóvenes trabajadores de Bolonia, Lucia, se quedó a vivir en nuestra casa durante casi un año. Ver la forma en que tomaba en serio su tiempo, su trabajo, sus relaciones y cómo amaba lo cotidiano me conmovió profundamente. Aprendimos juntos que el Señor viene cada día para cada día y que solo basta hacerse la pregunta, al despertar: ¿a través de quién vas a mirarme hoy, Señor?

Al ver cómo mis amigos crecen y florecen con el tiempo, como tantos amigos adultos, por un momento esa inquietud me deja de dar miedo y vuelvo a pedir la sencillez de saberme pequeña y completamente en sus manos, como dice la letra de una de mis canciones favoritas: «Yo creo que al final nunca sé dónde voy, pero sigo un camino». Porque incluso cuando es un misterio todo lo que va a acontecer, existe Alguien que entreteje mi historia con un amor infinito. ¿Cuál es el miedo, entonces?

Después de vivir días intensos en compañía de amigos, volver a la ciudad supuso un dolor todavía más grande, un miedo a que se acabara esa plenitud. Igual que cada vez que vuelvo de estar con ellos, tuve ganas de congelar el momento en el tiempo para tenerlo siempre. Pero entonces pensé en todas las veces que me pasó lo mismo y el Señor no dejó de llamarme. Él jamás me deja ni me decepciona. La certeza que me da la experiencia me pide fidelidad a este camino y responsabilidad con mi propia vida.
Paloma, Paraguay


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