Giovanna (en el centro) con algunos amigos de la Fraternidad

Giovanna y la única verdad de la vida

Mujer, madre y amiga de muchos, subió al Padre en noviembre después de dos años enferma. Su marido escribe esta carta tras medirse con el artículo de Navidad de Julián Carrón

«¿Pero cómo lanza Dios su desafío? ¿Cuál es el gesto más poderoso que realiza por nosotros? No nos ofrece una palabra consoladora sino que acontece en nuestra vida. Haciéndose carne, y permaneciendo presente a través de la carne, de la humanidad real de personas concretas, puede abrazar toda situación humana, entrar en cada malestar, en cada herida, en cada espera del corazón».

Son palabras de Julián Carrón en su artículo publicado la pasada Navidad en el diario español ABC y en el italiano Corriere della Sera. Que describen algo que, cuando sucede en la vida de un hombre, lo cambia todo, con un estupor que te asombra en cada momento. Giovanna, mi mujer, subió al Padre el día de Todos los Santos, después de dos años de sufrimiento causado por una grave enfermedad que marcó la vida de nuestra familia y de los amigos que nos han acompañado, día y noche, con afecto y atención. Como digo siempre a mis hijos, no podemos negarnos a estar delante de la realidad pero durante esos meses se hizo evidente que hasta el sufrimiento se puede vivir con libertad y dignidad cuando se mantiene la mirada fija en Jesús. Todo es posible si mantenemos la mirada fija en Jesús, que viene a nuestro encuentro todos los días. Lo que sucede, hasta las dificultades, se nos da porque hay alguien que nos quiere más aún que nosotros mismos. Giovanna decía que lo que nos pasa es la forma en que el Señor habla con cada uno de nosotros personalmente.

Sí, la vida es un continuo desafío y las cosas que pasan son a veces como un test que deja ver dónde está nuestra consistencia. A veces, vemos la vida como una sucesión de etapas que superar. Ya sabemos lo que va a pasar y la enfermedad también se puede afrontar así. A veces ya sabemos cómo va a evolucionar el tumor y qué consecuencias tendrá. Eso puede convertirse en el contenido de la vida, mientras que para Dios todo es posible. Podemos mirarlo todo no solo pegados al dolor sino al deseo de vivir. Por eso, hasta el último instante, Giovanna permaneció apegada a la vida entera. Le gustaba decir, también a los médicos que la atendían, que ella no era solo su enfermedad. Hasta su último día de vida estuvo pendiente, con pasión y atención, de su familia, de los amigos que compartieron con ella este tiempo tan difícil y de la asociación “Aventura humana”, a la que se dedicaba desde hace mucho tiempo.

Todos hemos aprendido de esta experiencia que la cuestión es preguntarse si queremos afrontar este desafío en la vida diaria o si preferimos quedarnos mirando. Si lo afrontamos, nuestra humanidad cambia. De hecho, a todos sorprendía la alegría con Giovanna afrontaba la vida, sin quejarse nunca, incluso con el dolor físico que a veces le costaba tanto soportar, a pesar de los fármacos. Sorprendía ver cómo continuamente intentaba apoyar a los demás enfermos que conocía durante sus estancias en el hospital para los tratamientos. Es verdad, el corazón humano es más grande que toda desesperación. Podía vivir el sufrimiento con una última alegría no porque no fuera consciente de su enfermedad (Giovanna era médico), pero decía a todos que eso era posible porque «lo que queremos vivir es la fe, y esa es la única verdad de la vida». Ante esta experiencia, se me ha hecho evidente que uno no se sostiene por una claridad o porque te expliquen la vida, se trata de no cerrar las preguntas verdaderas, dejar que a través de ellas, como una herida abierta, Él pueda entrar y traspasar nuestra vida entera, llena como está de necesidades. Entonces resulta evidente que los que estamos llamados a implicarnos somos nosotros, soy yo: es una llamada a mi libertad. Como escribió mi hijo Lorenzo a su madre el día que murió, «ayúdanos a mantener despierto nuestro corazón».

Solo ahora empiezo a entender lo que me decía Carrón por teléfono al día siguiente de la muerte de Giovanna, que no ha terminado nada, que es un nuevo inicio, una nueva llamada aquí y ahora. Estos años, me preguntaba muchas veces junto a Giovanna: «¿“Quién es este” que nos permite estar ante todo lo que nos está pasando sin desesperarnos?». Es la misma pregunta que ahora hago a mis hijos, cuando me preguntan durante la cena: «¿Por qué ha muerto mamá?». Y les digo: «No lo sé, quizá solo lo sepamos al final. Pero debemos preguntarnos: ¿por qué nosotros estamos en el mundo?, ¿por qué existimos?, ¿para quién somos? Si no nos ayudamos en esto, nos acabaremos desesperando». No desesperarse no quiere decir hacer como si nada o seguir delante de manera automática, intentando escudarnos tras muros de defensa para sobrevivir u olvidar, sino caer en la cuenta de lo hermoso que es el mundo, que no solo es hermoso sino que está lleno de misterio.

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Es algo que aprendo hoy de mis hijos y de los amigos con los que comparto mi vida. Ellos son esta posibilidad de continuidad porque no basta con que nos suceda algo, ni siquiera basta enfrentarse a la muerte. Hace falta que nos demos cuenta del significado, de otro modo todo puede acabar aplanándose, como si fuera una cosa cualquiera. Para vivir, necesitamos una esperanza verdadera, que no consiste en esperar que lleguen momentos mejores sino en la esperanza de la fe vivida, que te permite estar en la realidad sin huir, dando gracias por lo que se te dona. Porque no estamos solos.
Carlo, Seregno (Monza y Brianza, Italia)