Liverpool

Liverpool. «Solo hay que abrazar la realidad»

El regalo inesperado de unos amigos y la posibilidad de ir juntos a la Escuela de comunidad. Un nuevo trabajo que reabre la herida de los hijos. La Jornada de apertura de curso y esa necesidad que se abre paso...

Este año, una amiga española que vive en Liverpool quiso hacerme un regalo de cumpleaños. Junto a su marido y sus tres hijos, invitaron a cenar a mis hijos, Ricky y Gio, para que mi marido y yo pudiéramos salir a celebrarlo. Me quedé realmente sorprendida y conmovida por este regalo inesperado. Mi cumpleaños era el sábado y el viernes teníamos la primera Escuela de comunidad de este año. Tenía michas ganas de ir porque normalmente me quedo en casa con los niños y va mi marido. En cambio, esta vez aprovechamos para ir juntos.

Al terminar la asamblea, fuimos a casa de nuestros amigos a recoger a los niños. No sé por qué (tal vez porque estaba especialmente feliz después de la Escuela de comunidad), pero aunque era bastante tarde -viernes por la noche, cuando normalmente uno solo tiene ganas de "apagarlo todo" y pensar en cómo disfrutar del fin de semana- nuestros amigos nos dijeron: «sentaos y contadnos la Escuela de comunidad». Conocen CL, en España tienen familiares del movimiento y tienen libros sobre don Giussani, Piccinini o Nembrini… Vamos a la misma parroquia y compartimos nuestra vida cotidiana y nuestro deseo de crecer en la fe. Pero a veces parecen del movimiento más que yo.

Esa noche volví a descubrir el impacto que la Escuela de comunidad tiene en mi vida. Volví a descubrir cuánto la deseo, gracias a la experiencia y al lugar que representa. Esa noche estuve especialmente agradecida y feliz por poder compartir otro hecho importante: después de siete años, empezaba un nuevo trabajo como profesora de apoyo en una escuela elemental con niños autistas. A mis hijos también les han diagnosticado autismo y ni siquiera podía imaginar que de una herida tan profunda y dolorosa pudiera nacer algo positivo.

Estos años hemos recibido grandes cosas, muchos dones. El año pasado hice un curso universitario para ser profesora de apoyo, con la idea de que, en el futuro, la educación a domicilio pueda ser una posibilidad también para nosotros. Hice unas prácticas en una escuela como voluntaria y al final me ofrecieron trabajo. En julio mi supervisor dijo: «Tú ves cosas que nosotros no vemos». No porque yo tenga visiones sino porque no podía dejar de mirar a esos niños de la misma manera que me han enseñado a mirar a las mías. En realidad no hacía nada especialmente agudo ni inteligente. Sencillamente me gustaba lo que hacía y los niños eran fantásticos.

En septiembre, cuando empecé a trabajar, sentí el verdadero peso de la responsabilidad. Esperaba demasiado de mí misma, como si tuviera que demostrarle que yo era la persona que necesitaban. Después de la primera semana, ya no podía más, me sentía completamente invadida por una sensación de inadecuación, incompetencia. Me había perdido porque, en vez de mirar a los niños, me estaba mirando a mí misma, y no me gustaba lo que veía. Pero también en esa ocasión apareció una amiga que me ayudó a encarrilarme. Me dijo que estos niños también sienten la misma inadecuación cuando ven que espero de ellos algo que no logran hacer, o cuando no les miro como un don, sino según una imagen que tengo en mente. Eso cambió mi manera de trabajar con los niños y con mis compañeros. Sobre todo, ahora me siento libre. Disfruto de lo qur hago cien veces más y cada día es una sorpresa.

La Jornada de apertura de curso siempre me causa impacto. Todos los años la espero, deseo un nuevo inicio, un nuevo punto de partida para juzgar la experiencia, para vivir la realidad. Y mis expectativas nunca se ven defraudadas. El año pasado, dos amigos de Milán vinieron a vernos a Liverpool, y se quedaron con nuestros hijos para que pudiéramos ir los dos a la Jornada de apertura de curso. Fue increíble. Este año, aun habiendo recibido el texto del encuentro en Milán a los pocos días de celebrarse y después de leerlo, fui igualmente a la Jornada en Londres. Necesitaba ver a mis amigos, ver sus caras aunque solo fueran diez minutos. Otra vez, todo fue más de lo que podía esperar. No solo pude ver a los amigos y lo que el Señor está haciendo en sus vidas sino que tuve la oportunidad de escuchar a don Giussani y lo que Luca nos dijo en la homilía, que la oración del Padre nuestro contiene ya todo lo que necesitamos. De modo que cuando decimos «danos hoy nuestro pan de cada día», estamos pidiendo la realidad, nuestra vida diaria, los lugares donde podemos encontrar y reconocer a Cristo y todo lo que Él hace.

LEE TAMBIÉN - «Comunión es Liberación». 1969, el nacimiento de un nombre

Este reclamo a lo esencial ha cambiado mi punto de vista: ya lo tengo todo, no tengo que hacer otra cosa que abrazar "nuestro pan de cada día", esta realidad que es mi propia vida. No siempre es fácil porque todos tenemos nuestras heridas y nuestros dramas. Pero nunca he estado sola. Él siempre está, me espera y acontece para mí. Por eso me urge responder a la pregunta: «¿Quién es autoridad para mí? ¿Quién es esa presencia en mi vida donde Cristo vence?». Ahora puedo decir que mi hijo Ricky es autoridad para mí. Su presencia me obliga, en el buen sentido, a profundizar en mi relación con Cristo y a pedirle todo. ¿Quién eres Tú que me amas, a mí, a mi marido y a mis hijos de esta manera total y única? ¿Quién eres Tú que me haces capaz de amarme a mí misma, mi vida y cada cosa de este mundo? El modo en que Dios nos hace resulta liberador. No necesito ajustar ni cambiar nada, solo abrazar, porque todo es dado con un motivo: para que mi corazón pueda ser siempre mendigo de Él.
Loredana, Liverpool, Reino Unido