Juegos en las vacaciones de los Amigos de Zaqueo

Vacaciones. Ese nombre, apenas balbuceado

Massimiliano llegó como un “invitado” y ahora se siente en casa. Leo, con su cámara fotográfica, se ve arrollada por avalanchas de belleza. Y luego Manu, Davide, Lorenzo... Crónica de las vacaciones del grupo de los “Amigos de Zaqueo”

Hay momentos en que todo se viene abajo, como la foto de la catedral de Notre Dame en llamas en el gran manifiesto que hace de fondo de escenario durante las vacaciones de los Zaqueos.

Massimiliano tiene la mirada de quien ha visto de todo demasiado pronto. Conozco algunas de sus heridas, inmerecidas, injustas. Toma la palabra después de que hablara Anna, su mujer. Se ve que no quería pero, en cierto modo, ni siquiera sabe él muy bien por qué, concluye la velada: «¿Hay algo que resista el embate del tiempo? Para mí, la memoria de lo que ha encontrado. Para mí ha sido eso de manera especial, porque tuve la ocasión de conocer a don Giussani y vivir cinco años con él durante mi primer trabajo como enfermero. Por eso, lo primero que me viene a la cabeza es decir que la memoria de este hombre es lo que me sostiene». Luego se para y su sufrimiento ya no solo es visible sino que se hace perceptible porque desciende como una intensa niebla que envuelve a todos, dejándonos casi en suspenso: «Pero me doy cuenta de que ni siquiera esto basta. Ni siquiera basta llevar en la memoria la cara del Giuss todos los días...».

Vamos de vacaciones con una gran pregunta, con una esperanza que nos hace suspirar, incluso a los cincuenta años. Por ejemplo, la de Lorenzo. Hace poco él y Paola supieron que esperan un niño. «Llego a las vacaciones con el deseo de redescubrir a Jesús en los cotidiano, que no me pertenece, que no es mío y que me lleva a moverme de otra manera. A tomar en serio cualquier propuesta que venga de fuera para participar en las vacaciones por entero… ¿Qué ha cambiado este año en mí? Me he “dejado llevar”, le he dejado a Jesús un resquicio para que pudiera reconquistarme a través de rostros nuevos, inesperados, que me han hecho sentir un abrazo fascinante al que he tenido que ceder. No por una capacidad mía sino, como dice la Escuela de comunidad, porque “revelan, demuestran algo distinto, más allá de sus capacidades, algo que distinto que actúa en ellos”. Voy con vosotros a las vacaciones para que esa mirada se haga cada vez más familiar».

Foto de grupo en Folgarida

Vamos a las vacaciones con el anhelo de que todo facilite la posibilidad de reconocer la presencia de Jesús. Por eso, cada gesto está pensado cuidadosamente desde hace meses, cada momento debe permitir la posibilidad de que el Invitado más esperado pueda venir. Deseamos que estos días sean como el paradigma de la vida, la de todos los días, por lo que todo lo que sucede contiene la posibilidad de caer en la cuenta de uno mismo, de una necesidad infinita, e interceptar su presencia viva. Por eso, el punto central de cada jornada es la Escuela de comunidad y la vida. Luego va todo lo demás: las excursiones, el coro, las actividades de los pequeños y de los jóvenes, los juegos, los testimonios de la noche…

La exposición sobre la ''unidad''

Desde hace años dedicamos la tarde del último día a hacer silencio. Haciéndolo, estos años hemos entendido que es un punto fundamental, un tiempo necesario. Es el espacio de la reconquista de la conciencia de “de Quién soy”. Durante el año, todos los lunes vamos juntos a misa. Una tarde el sacerdote salió antes de empezar y nos preguntó: «Veo que venís todos los lunes, ¿os gustaría ayudarme a preparar la adoración eucarística que quiero hacer una vez al mes?». Así, desde el año pasado, el tiempo de silencio del sábado por la tarde en vacaciones se ve enriquecido también por la exposición del Santísimo. En ese silencio impresionante, el padre Bernardo, que desde siempre, desde la primera vez, participa y se pone al servicio de nuestras vacaciones, confiesa durante horas, junto con el padre Vincent.

Es difícil encontrar, entre las decenas de hechos que han pasado, los más dignos de reseñar. Leo narra las cosas que hacemos con su cámara fotográfica. Una mañana me dijo: «Es como verse arrollada por una avalancha cada vez más hermosa, y cada vez que sucede vuelvo a preguntarme: “¿otra vez?”. Y luego llega otra, y otra más fuerte».

Avalanchas de belleza. Quizás cada uno tenga la suya, que suele penetrar, como nos dijo Giorgio Vittadini durante un encuentro, con «una caricia en nuestra herida». Un Vittadini que no reconozco. Lo recordaba rudo e impetuoso, y me encuentro con un niño. Al final de su testimonio, una especie de interrogatorio donde Sandro dispara sobre familia, vocación, trabajo y fracasos. Al terminar baja, se acerca y, con una mirada que no puedo olvidar y que solo puede ser propia de un “niño”, me pregunta: «¿te ha gustado?».

Una noche le pedimos a nuestra “zaquea” Chiara Piccinini que nos hablara de su padre, Enzo. Junto a ella, Gigio que estuvo en el CLU con el cirujano de Módena desaparecido hace veinte años, y Luca, un estudiante de Medicina que nunca llegó a conocerlo. Los tres documentaron cómo una vida tan intensa como la de Enzo no sirve de nada si se queda en un hecho del pasado, por maravilloso que sea. Un recuerdo no basta: una vez más, «vivo quiere decir presente», solo así pueden hacerse nuevas todas las cosas.

Monseñor Giancarlo Vecerrica

Algunos de nosotros, siguiendo el trabajo de la Escuela de comunidad de este año y algunos hechos que han pasado, fueron madurando la idea de una exposición sobre el tema de la “unidad”. La preparación ya supuso un camino donde, una vez lanzada la idea inicial, se empezó a mirar qué sale del trabajo juntos. No había nada prefijado, sino el desarrollo de un camino que ha consistido en explicitar lo que iba sucediendo. La exposición partía de la pregunta de una de nosotros: «¿Cómo voy a hablar de unidad si yo soy la primera que vive dividida?». Cada uno fue sacando a relucir su herida, su pregunta, su punto de no-unidad. Decidimos empezar así la exposición, en el punto en el que habíamos empezado nosotros, invitando a los amigos que venían a verla a ponerse así, delante del primer panel con Notre Dame ardiendo, con la dolorosa experiencia de nuestras pequeñas o grandes caídas, nuestros intentos de mantener juntas las piezas de nosotros mismos, de nuestras familias, de nuestras amistades. Qué espectáculo ver las caras de los amigos como despertando y empezando a seguir con curiosidad lo que manaba de esas heridas.

La segunda sección nació de experiencias de “vida unida” que cada uno de nosotros ha conocido: Rose y sus mujeres de Kampala, para Franci, Enzo Piccinini para Olly y Flavio, la peregrinación Macerata-Loreto para muchos de nosotros, la amistad con los monjes benedictinos de la Cascinazza… Pero una de las cosas más bonitas que han pasado en estas vacaciones ha sido justo el hecho de contárnoslas y darnos cuenta de que cada uno tenía su pieza que aportar, como decía Manuela: «Al final tenía razón Vittadini. Cuando le expliqué la exposición, dijo: “Habéis hecho la exposición testimoniando ya vosotros mismos una unidad”. Ha sido justo así. Hemos sido espectadores de algo que habíamos hecho nosotros, sí, pero de lo que éramos ya objeto. Y así ha sido también para todos los que venían a verla».

El jueves por la tarde vino a vernos monseñor Giancarlo Vecerrica, alma de la peregrinación Macerata-Loreto. Cuando le escribimos para preguntarle con quién subiría a Macerata, nos respondió: «Voy solo (con mi Ángel de la guarda, que no duerme). Voy para aprender de vosotros».

Al final, poco antes de volver a casa, Massimiliano volvió a subir al escenario durante la asamblea y se sentó al lado de Davide. Sonriendo, dijo: «Llevo tres días mirándoos, os he mirado y hoy por fin ha vuelto a suceder ese Acontecimiento. Ha sucedido de nuevo, a través de tu rostro, a través de vuestros rostros. Por fin he vuelto a ver a Jesús, que está justo aquí. Hemos llegado como invitados, como invitados curiosos, pero no queremos irnos como invitados y os pedimos que nos acojáis». El salón estalló en un aplauso difícil de olvidar. Conmovedor hasta las lágrimas. Porque cuando Él acontece, decirlo es tan sencillo como dice Juan cuando lo distingue desde la barca en medio del Tiberíades: «es el Señor».

Como final, podía estar bien, pero también llegó luego un mensaje de Alberto, una especie de post scriptum: «Nunca me ha gustado demasiado la palabra “compañía” porque abusar de esta palabra ha llevado a veces a una despersonalización de la fe. Prefiero la palabra Iglesia. Pues bien, os doy las gracias por estos días porque han sido el ejemplo de cómo acompañarse en la sana soledad de la relación con Cristo sin moverse ni un ápice».
Francesco, Milán