La ideología de los otros

ABC
Javier Prades

Hace años escuché una fórmula que me llamó la atención: «ideología es lo que piensan los otros». Solemos presentar nuestras afirmaciones como verdaderas y consideramos, en cambio, que las de los demás, si no coinciden con las nuestras, son 'ideológicas'. Quien se opone a nosotros no dice la verdad, es un sofista que manipula la realidad por intereses inconfesables, en el sentido clásico del término 'ideología'. Cuando todos hacemos lo mismo parece que entramos en un laberinto de espejos. Sin embargo, paradojas de la vida, lo que estamos proclamando es que existe la verdad incluso en tiempos de posverdad.
En su excepcional novela 'Ojos que no ven' José Ángel González Sainz retrata a una familia de Castilla que emigra al norte. Nos mete de lleno en el drama de la incomunicación entre el padre y el hijo mayor, por un lado, y la madre y el hijo menor, por otro. Los primeros se extrañan ante unas posiciones políticas que les parecen separadas de la realidad y violentas, mientras que los segundos son absorbidos por esas construcciones 'ideológicas' y se contagian de la violencia. Le pregunté una vez a González Sainz qué ojos le habían permitido ver esa diferencia. Con sobriedad, aguardó unos instantes y me dijo que lo tenía que pensar. Me alegré de que no me endosara una respuesta prefabricada para liquidar un enigma que, a él como a muchos otros, les había costado un altísimo precio personal. Desde entonces me acompaña la pregunta sobre cómo distinguir la verdad de la 'ideología'.

La situación de España vuelve actual esa pregunta. Nos acusamos unos a otros de alterar la verdad. A veces nos parecemos a niños que se echan las culpas: «has empezado tú», o «y tú más». Espero que la tensión que estamos viviendo se llegue a encauzar bien en el orden jurídico-político. Es una grave confusión que en nada beneficia a España. Pero si tiene algo bueno es que de hecho nos apremia a recuperar la pregunta por la verdad. Todos pensamos que servimos a la verdad contra la 'ideología', que es lo que piensan los otros.

Tomemos nota de que nos sentimos maltratados cuando se difunden afirmaciones que tergiversan nuestras ideas o nuestros comportamientos, desde los familiares hasta los más influyentes en la comunidad social y política. Y de que podemos identificar al que yerra y al mentiroso, incluso cuando lo somos nosotros. En el enredo de las apariencias, advertimos más que nunca la exigencia de verdad y de justicia, sin las cuales se nos hace insoportable la vida social y eso denota nuestra capacidad para distinguir una cosa de otra.

Me disculpo de antemano con los lectores, porque no voy a proponer una solución rápida. Hay que pensar. Y hay que preguntarse cómo se piensan estas cosas. Se trata nada menos que de afirmar lo verdadero y de cómo se llega a saber que lo es. Les dirijo por ello la misma pregunta que le hice al escritor. ¿Qué permite distinguir la verdad de la 'ideología'? La situación nos impone entrenar esa capacidad de juicio crítico. Es lo que el sacerdote y excelente educador Luigi Giussani proponía en su camino de educación cristiana: «empecemos a juzgar, es el comienzo de la liberación». A cada uno nos compete este ejercicio, como nos compete ayudar a otros en esa tarea, con la que nació la cultura occidental y que está en la entraña de la tradición bíblica porque es inherente a la condición humana. Hoy nos urge afinar los criterios para distinguir la verdad del engaño y la mentira. Pero algo así ya lo había previsto san Agustín: «Nadie quiere ser engañado, como nadie quiere morir. Preséntame un hombre que quiera ser engañado. Se encuentran muchos que quieren engañar, pero nadie que quiera ser engañado. Ponte de acuerdo contigo mismo» (Sermón 306).