El espejo de los mayores

La Vanguardia
Alfredo Pastor

No hace mucho me dijo un joven: “Mi generación será la más infeliz de la historia”. Al tratarse de un joven inteligente, bien preparado, con éxito en el trabajo, querido y admirado por todos, la frase me sorprendió. Se explicó: “Si miro Instagram durante una semana, me deprimo. Paso una semana sin mirarlo y me siento bien”. ¿Por qué? “En Instagram uno solo ve escenas de felicidad, gente de buen aspecto haciendo cosas divertidas; cuando uno deja la pantalla y mira a su alrededor, todo es menos atractivo, y uno mismo se siente un fracasado”. Y, sin embargo, el joven no ha visto un mundo imaginario, de príncipes y princesas: sus habitantes son gente como él –a veces sus propios amigos– que parecen estar llevando, día tras día, una vida infinitamente mejor que la suya. De ahí la depresión. Cuando sabemos –el joven lo sabía– que el suicidio es la primera causa de muerte entre gente joven y muy joven, convendremos en que se trata de una enfermedad social a la que hay que poner remedio¬. El impulso de escapar del mundo real no es de ahora: hace tiempo que literatura, cine, radio y televisión ofrecen posibilidades de evasión momentánea; pero nunca habían sido esos vehículos tan numerosos, nunca tan agresivos como lo son hoy; nunca el mundo de la fantasía había estado tan al alcance de la mano, nunca había parecido tan real...
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