La mirada abierta

La Vanguardia
Joana Bonet

Durante la pandemia me ofrecí a leer las cartas de san Pablo en la iglesia vecina, donde un sacerdote mexicano de noventa años, con hechuras de apóstol, hablaba a sus temblorosos feligreses de Dios y el amor. Allí me sentía mucho más útil que en las sanguíneas tertulias de la televisión; podía desnudar el silencio con el olor de la cera frente a un tragaluz eterno. También era una manera de conectar con los mapas que me habitaron en el tiempo de las cerezas, y lo hacía a mi aire, a fin de recogerme en un rincón de mi ser para desear rezando...
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