Carta al deseo

El País
Najat El Hachmi

Eres impulso poderoso de vida. Eres tú el que nos lleva a sujetarnos a ella desde el primer aliento, dirigiéndonos a ciegas hacia el pezón del que emana alimento y siguiendo tus dictados descubrimos el primer placer: el del contacto de piel, labios y lengua con la piel de otro ser humano que aún no sabemos que es otro, ni más ni menos que el cuerpo madre capaz de satisfacer ese dolor primigenio que es el de la necesidad, la carencia de algo que no sabemos qué es. El hambre, la sed, pero también ser tocados, acariciados, besados, sentirnos sostenidos y amados.

Eres tú, el deseo, el que nos hace hedonistas innatos: al satisfacerte descubrimos el gozo y luego ya no hay vuelta atrás. Nos pasamos la vida entera buscando repetir la exultante sensación de plenitud, el éxtasis del que tanto nos han hablado los poetas, un éxtasis pequeño y cotidiano o en su forma más violenta y repentina, totalizador. La manzana prohibida, el conocimiento no era más que eso: descubrir el alcance de nuestra capacidad para el placer.

Nacimos para gozar, pero la humanidad ha inventado miles de formas de domesticarte: la represión, el miedo, la desconfianza...
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