Chispas y cenizas

El País
Rosa Montero

...A menudo nos es muy difícil reconciliar el ser enamorado que fuimos con quien somos ahora. Y nos preguntamos, ¿en qué momento nos perdimos, por qué, cómo? Suele haber cierto estupor, como niños que acaban de despertar de un sueño. No estoy hablando de los casos extremos; de mujeres que se descubren emparejadas con un maltratador o de hombres heridos por mujeres tóxicas, por quedarnos sólo en el registro heterosexual (hagan mentalmente las combinaciones que prefieran). No, nada de eso; lo más inquietante e incomprensible es lo normal. Esto es, personas corrientes que, al principio de la relación, están deseando hacer feliz al otro y amarlo y cuidarlo; pero que, con el tiempo, terminan por verlo como un extraño, quizá hasta por odiarlo. Uno de los grandes enigmas de la pasión es cómo ansiando tanto hacer el bien acaba uno a menudo haciendo daño.

Por eso es tan difícil construir una historia sensata y serena de un amor fracasado: no nos reconocemos en quienes fuimos, no nos entendemos. Y esta falta de relato es un problema grave, porque, para vivir, necesitamos narrarnos. Ya he mencionado alguna vez el enorme estudio sobre la depresión que hizo la Organización Mundial de la Salud en 2011 (entrevistaron a 89.037 ciudadanos de 18 países). Descubrieron que estar separado o divorciado aumenta el riesgo de sufrir depresiones agudas en 12 de los países, mientras que ser viudo o viuda tiene menos influencia en todas partes. Un dato alucinante que hizo que me preguntara qué les falta a los separados que no les falta a los viudos. Y la respuesta sólo puede ser un relato consolador, la posibilidad de hacer las paces con tu pasado...
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