“Abrir nuestros hoteles a migrantes revolucionó nuestras vidas”

El País
María Martín

Al volante de un Mercedes todoterreno, Calvin Lucock acude a toda velocidad a uno de los cuatro hoteles que la compañía que dirige tiene en Puerto Rico, una de las zonas más turísticas del sur de Gran Canaria. Hay una urgencia, alguno de sus huéspedes necesita algo. El toque de queda acecha, no hay un alma en la calle y las luces de la mayoría de complejos hoteleros, vacíos, siguen apagadas. Junto a Lucock, un inglés corpulento y de apariencia seria, va su esposa, la noruega Unn Tove Saetran, dueña de tres restaurantes, una mujer envuelta en una gabardina verde a la que últimamente siempre le brillan los ojos. Al aparcar, y antes de que les dé tiempo a atravesar la puerta, ya tienen a un par de niños malienses colgados de sus piernas, a un marroquí contándoles sus novedades y a un grupo de senegaleses saludándoles desde el balcón. Su vida está del revés desde hace cinco meses.
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