Euphoria o la orfandad no registrada

Jot Down
César Senra y Alfonso Calavia

El lento batir de un corazón y una resuelta voz en off nos atrapan desde el inicio. «Una vez fui feliz. Tenía suficiente con chapotear en mi propio caldo primigenio, hasta que un día, sin que yo pudiera remediarlo, fui vapuleada una y otra vez por el despiadado cérvix de mi madre, Leslie». Las imágenes nos muestran los instantes previos a un nacimiento. «Ofrecí resistencia, pero perdí. Fue la primera vez, pero no la última». Así da comienzo el primer capítulo de Euphoria (HBO), una serie americana creada en 2019 por Sam Levinson. En ella se describe con toda crudeza, hasta los detalles más escabrosos, la vida de algunos adolescentes en caída libre ante el vacío provocado por la ausencia del sentido del nacer, por la inconsistencia de los adultos —una orfandad no registrada— y por las crisis que los jóvenes de hoy tienen que vivir: la crisis de la imagen y la crisis de la identidad. Jóvenes estudiantes que deben crear su vida de la nada. No se reconocen ni en su familia ni en sus ambientes, han de construirse a sí mismos. Cada uno de los personajes lleva a cabo un intento casi heroico de «hacerse», de realizarse y completar la construcción de su yo más original a partir de algún elemento externo: drogas, afectos tóxicos, canales eróticos, autoexigencias exasperadas para tener éxito, necesidad de una perfección que disimule las debilidades, etc. Pues bien, nada, absolutamente nada, resulta ser satisfactorio o liberador. Nate, Cassie, Rue, Jules y compañía son el espejo impetuoso del mundo y de la cultura nihilista heredada de nuestros padres, como afirma Costantino Esposito, profesor de Filosofía de la Universidad Aldo Moro (Bari, Italia), en el artículo que ha escrito sobre la serie para el periódico L’Osservatore Romano (02.01.2021)...
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