Sol de enero

ABC
Pedro G. Cuartango

El primer amanecer del año fue espléndido. Poco después de las ocho, el día se fue iluminando. Un fulgor rojo incendió el horizonte. Y luego el sol fue ascendiendo para llenar la atmósfera de una luz transparente. Sólo algunas nubes difuminaban el intenso color azul del cielo. No me da vergüenza decir que me emocioné al escuchar el Preludio y Fuga BWV 546 para órgano de Bach. Sus notas me transportaban a la infancia, a las mañanas de la iglesia de San Nicolás de Bari en Miranda de Ebro, a los inviernos de hace más de medio siglo. Recuerdo que en el verano de 1975 estaba trabajando en Lucerna (Suiza) cuando una tarde entré en la iglesia de los jesuitas, situada junto al puente medieval de madera que atraviesa el río. No había nadie y me senté en un banco para escuchar una sonata para violín y clavicordio de Bach que un grupo estaba ensayando. Tuve la clara impresión de que esa música había sido compuesta para que yo la oyera en ese momento. Sólo para mí. Y sentí un inmenso sentimiento de felicidad y plenitud. A la salida del templo, observé a la gente paseando en la calle. El sol se ponía por el lago de los Cuatro Cantones y las cumbres alpinas resplandecían a lo lejos. Leyendo los Pensamientos de Pascal, quedé impresionado cuando cuenta cómo sintió la cercanía de Dios cuando entró a rezar una noche en la capilla de la abadía de Port-Royal. Asegura que la presencia física del Salvador se hizo palpable durante unos minutos. Y que se disiparon todas las dudas que corroían su fe. No hace falta ser creyente ni tampoco un místico para entender esa experiencia de Pascal, que no era muy distinta a la mía en Lucerna. Hay algunos momentos en nuestra existencia, muy pocos, en los que es posible sentir esos vínculos inefables con una realidad misteriosa que no podemos definir ni apresar, que siempre se nos escapa. Vuelvo de nuevo a la música de Bach. Si hay algún artista que ha podido captar esa magia espiritual que flota sobre el mundo, el aura que rodea las cosas, ése es el autor de la «Pasión según San Mateo». Nadie ha conseguido jamás plasmar como el compositor de Leipzig en una obra de arte aquello que es de por sí tan inaccesible como imposible de verbalizar. Al dejar atrás un año lleno de desgracias y dolor, de pérdida de seres queridos y de impotencia, nos queda la frágil esperanza en el hombre, en su grandeza, en su capacidad de resistir a la adversidad, de ser solidario con el débil. Y todo ello se halla en la música de Bach o en las reflexiones de Pascal, una persona sometida a durísimas pruebas y que llevó una vida de sufrimiento extremo. En última instancia, siempre nos podemos aferrar a una canción, al sabor de un vino, al gesto de un niño o a un amanecer donde en un instante está contenida la eternidad. Celebremos hoy el misterio de estar vivos.