Las trampas de la memoria

ABC
Pedro G. Cuartango

Leyendo la biografía de Susan Sontag, escrita por Benjamin Moser, me he topado con una anécdota que me ha hecho reflexionar. Cuenta que, cuando ella tenía 16 años, se enteró de que Thomas Mann vivía muy cerca de su residencia en Hollywood, concretamente en San Remo Drive. Sontag acababa de leer «La montaña mágica» y estaba fascinada por la novela. Dice que consultó la guía telefónica y se decidió a llamar al domicilio del escritor para solicitar una cita. El teléfono lo cogió Katia, su esposa, y accedió amablemente a la petición. El encuentro se celebró el 28 de diciembre de 1949. Según la versión de Sontag, ella iba acompañada de Merril Rodin, un amigo con el que compartía su pasión por Mann. La autora de «El amante del volcán» señala que el personaje le defraudó. Sentado en un sofá junto a su perro, Mann comentó que su libro era «un experimento pedagógico», lo que le pareció a ella una banalidad. Aunque el encuentro se celebró, el relato de Sontag es una reelaboración posterior que no se ajusta a lo que pasó. Quien en realidad concertó la cita fue Gene Marum, un joven exiliado alemán que salía con Nuria Schoenberg, la hija del compositor. Nuria conocía desde hace años a Katia Mann porque había sido compañera de piso de su tía en Múnich. Fue Marum el que llamó a Mann y sus recuerdos difieren totalmente de los de Sontag, que al parecer quedó fascinada por el escritor. Como ella reconocía, Susan Sontag tenía tendencia a mentir sobre sus experiencias personales y sufría una necesidad de reelaborar sus vivencias. En cierta forma, aunque sea de manera inconsciente y sin ánimo de engañar a nadie, todos tendemos a reinventar el pasado en nuestra memoria, que no es un almacén estático donde se guardan los recuerdos como trajes apolillados. La memoria es una facultad activa, que trabaja sin descanso en actualizar sus tesoros en función del presente. Todos nos hemos sentido decepcionados al volver a un lugar que habíamos visitado hace décadas y constatar que los recuerdos no se ajustaban a lo que teníamos delante de los ojos. Y es que la memoria es sumamente tramposa. Por eso, los que escribimos sobre la nostalgia en cierto modo estamos inventando un mundo que nunca existió y que hemos mitificado en nuestra cabeza. La última vez que estuve en Miranda intenté sin éxito encontrar los árboles de la chopera en la que merendaba con mis padres en verano junto al Ebro. Recuerdo a mi madre con un vestido amarillo, el sabor de la tortilla de patatas y de la bota de vino, el susurro del viento al atardecer. Pero ya no sé si todo fue un sueño. Conforme el pasado se va alejando del presente, los recuerdos pierden consistencia y se convierte en irreales. Pero, como decía Jean Paul, la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados.