En medio de la ciudad

ABC
José Luis Restán

Antonio Gaudí la pensó como un signo de que toda la realidad habla de Dios. Como explicó Benedicto XVI durante la ceremonia de su consagración, el gran maestro introdujo en el interior de la basílica de la Sagrada Familia piedras, árboles y escenas de la vida humana, para mostrar que toda la creación tiende a la alabanza a Dios. Pero al mismo tiempo quiso sacar los retablos afuera, para que los hombres y mujeres de la ciudad secularizada pudiéramos contemplar los grandes misterios de la Salvación de manera familiar, al pasear por nuestras calles. Las agujas de la Sagrada Familia están siempre ahí, tanto en los días de sol como en las jornadas plomizas de la pandemia, señalando el horizonte del deseo humano que no puede contentarse con cualquier satisfacción. En realidad eso es lo que manifiesta la gran liturgia de la Iglesia, cuya celebración es la finalidad esencial de la basílica. Esa celebración nunca es un gesto «privado» de los cristianos, siempre tiene una dimensión cósmica que tiene presentes las penalidades y deseos de cada ser humano, y el camino eterno de la historia. Ese gesto, a la vez austero y solemne, volvió a desplegarse ayer bajo la bóveda de la Sagrada Familia, presidido por el arzobispo de Barcelona, el cardenal Juan José Omella. En esta primera ocasión tras el «ayuno» impuesto por el confinamiento, se celebraron las bodas de plata y de oro de los sacerdotes de Barcelona, una ocasión para dar gracias por la fidelidad de Dios que no abandona a los hombres en su camino misterioso, trenzado de alegrías y dolores. Como ha dicho el cardenal Omella, «sólo el amor salva a la humanidad». En medio de la ciudad que sufre, que busca a trompicones y se afana, hay una belleza que apunta al Infinito, hay una fidelidad que atraviesa la tormenta, hay un amor que permanece. En medio de la agitación de la ciudad, tantas veces áspera y caótica, resuena el anuncio de una esperanza que no cede ante ninguna apariencia de derrota. De esa esperanza hablan las piedras labradas por el genial Gaudí, y habla sobre todo la vida cotidiana de los cristianos sencillos, una vida incomprensible sin el alimento que se dispensa bajo esa increíble bóveda.