La sagacidad que falta

ABC
José Luis Restán

En realidad nadie sabe cómo quedará el tablero de las relaciones internacionales tras la sacudida de la pandemia, pero una cosa es segura: en medio de la galerna conviene guiar los barcos con delicadeza para evitar colisiones dramáticas. Por desgracia, ni a oriente ni a occidente se advierte un pilotaje que inspire confianza. El presidente Trump afronta una campaña electoral llena de incógnitas. Sus bandazos y provocaciones a la hora de gestionar la crisis sanitaria han embarrado el campo y también han deteriorado su figura, erosionando por primera vez la confianza de una parte de su electorado más fiel. En estas circunstancias, señalar un enemigo exterior sobre el que descargar las iras de la gente puede ser un recurso fácil, pero también irresponsable. Con China no cabe la ingenuidad, pero tampoco tiene sentido buscar la confrontación a toda costa. Trump tiene la costumbre de desembarazarse de analistas y colaboradores que se atrevan a decirle las verdades incómodas, pero los Estados Unidos gozan de instituciones y de un régimen de opinión que, a la larga, pueden contrarrestar los delirios presidenciales. Si miramos hacia Oriente, los motivos para la esperanza son aún menores. La opacidad del régimen y su sustancia autoritaria están más a la vista que nunca. Xi Jinping ha recreado el mito imperial de Mao y ahora le toca lidiar el primer frenazo serio de su experimento económico. Nadie duda de que China es ya una potencia global que actúa con arrogancia en todos los puntos del planeta. El desafío consiste en mostrarle que es más realista y beneficioso generar confianza que provocar pánico, aceptar las reglas que desafiarlas. Pekín debería ofrecer una base mínima de transparencia y lealtad, pero sólo la ofrecerá si encuentra interlocutores tan firmes como sagaces, no bravucones que ignoran el trasfondo de la historia y que confunden el tablero internacional con un campo de rugby. Lo último que necesita el mundo pos-Covid.