El Punto Omega

ABC
Pedro G. Cuartango

Siete años después de su muerte, el Santo Oficio requirió a todas las congregaciones la retirada de los escritos del jesuita Pierre Teilhard de Chardin, fallecido en 1955. El cardenal Ottaviani tomó la decisión en base a un informe que concluía que el sacerdote y paleontólogo se había desviado de la doctrina de la Iglesia católica, ya que sus teorías incurrían en el panteísmo, negaban la redención personal de Cristo y cuestionaban la autoridad del Papa. Cuando estudiaba bachillerato en el colegio de los jesuitas de Burgos, cayó en mis manos «El fenómeno humano», un texto póstumo de Teilhard que encendió una enorme polémica en la teología católica pese a su prohibición. El libro me deslumbró y me conmovió. Aunque todavía no ha sido rehabilitado oficialmente, Pablo VI reconoció en 1966 que Teilhard era un científico que había encontrado «una explicación del Universo capaz de revelar la presencia de Dios». Benedicto XVI también afirmó que su obra se nutría de profundas raíces católicas. Teilhard, nacido en una familia aristocrática de Auvernia, compatibilizaba su fe con su trabajo en excavaciones en China, donde indagó los orígenes del Homo sapiens. Pero la jerarquía eclesiástica se sentía molesta sobre su interés por la evolución, que le llevó a concluir que la humanidad está en un continuo progreso hacia una conciencia universal que él llamó Punto Omega. Aunque su formulación era un tanto ambigua, se podía deducir que Dios se encarnaría en todos y cada uno de los seres humanos en la culminación de ese proceso. Tan atrevida y sugerente idea provocó rechazo, pero también la adhesión de muchos pensadores católicos. Más allá de aquella polémica, merece la pena recordar a Teilhard porque nos sigue planteando una reflexión de profundo calado metafísico en estos tiempos de angustia e incertidumbre a causa del coronavirus. La pregunta es tan sencilla como compleja su respuesta: ¿hay en la materia un germen espiritual que impregna de un sentido trascendente todo lo viviente? Spinoza concluyó que el hombre es la expresión de una Sustancia Única, mientras que Leibniz recurrió a «las mónadas» como elementos simples e indivisibles de carácter espiritual. Ambos filósofos estaban muy cerca del pensamiento de Teilhard, que hoy sufre el rechazo de los físicos contemporáneos que coinciden en que el Universo está sometido a una degradación termodinámica que provocará su desaparición. El propio final de la humanidad ya tiene una fecha en el calendario: la Tierra será engullida por la explosión del Sol dentro de 5.000 millones de años. Es mucho tiempo para la escala humana, pero lo esencial es que, según los astrofísicos, el futuro que nos aguarda es la nada. No era esa la concepción de Teilhard, que creía que la dimensión espiritual de la materia iba a ser nuestra salvación. Sería una paradoja que tuviera razón en estos tiempos en los que todos somos vulnerables a un virus infinitamente pequeño y extremadamente dañino.