Comenzar de nuevo

Hace 75 años los europeos tenían un instante para contemplar el océano de devastación provocado por una guerra jamás vista en la historia, y para decir «esto no puede volver a suceder». Del dolor inmenso provocado por aquella locura brotó un impulso de reconstrucción sin parangón. No sólo se levantaron antiguas ciudades desoladas y se sanaron los campos quemados en la batalla, sino que una generación excepcional de hombres y mujeres emprendió la ardua tarea de la reconciliación sobre la base de la riqueza espiritual, ética y cultural de Europa, teniendo bien presentes los demonios que era preciso exorcizar: la negación de la dignidad humana, la violencia como instrumento de poder y el egoísmo nacionalista. Es justo hacer memoria de todo ello, más aún, es necesario. La pandemia del coronavirus proporciona hoy a los europeos otro instante dramático en que se pone a prueba nuestra humanidad. Este enemigo silencioso nos ha golpeado cuando las bases de nuestra unidad mostraban ya una clara erosión, cuando muchos de los nuestros coquetean con aquellos viejos y persistentes demonios. Ningún proceso histórico es mecánico ni puede mantenerse por inercia, pero siempre será posible volver a nuestra raíz y comenzar de nuevo. En medio de esta crisis entendemos mejor que no son suficientes los éxitos de la técnica, ni una economía poderosa ni un sistema jurídico perfeccionado. Nos acucia de nuevo la eterna pregunta sobre qué es justo y verdadero, y reconocemos que la libertad implica un vínculo profundo con los otros, que si deja de orientarse al bien se autodestruye. Las cenizas de aquella cruel contienda consumieron la falsa utopía del superhombre y abrieron paso al humilde y tenaz empeño de construir una comunidad que pusiese en el centro la dignidad sagrada de cada ser humano. No está escrito qué surgirá del dolor y la incertidumbre de estos días. Una vez más dependerá de nuestra razón y nuestra libertad, de si triunfan la frivolidad o la memoria, la búsqueda de la verdad o la cerrazón ideológica.