Seréis como dioses

ABC
Pedro G. Cuartango

El miedo se expande, la economía se hunde, nuestro modo de vida se tambalea, el virus infecta tanto a los ricos como a los pobres. ¡Quién nos lo hubiera dicho hace tan sólo un mes! Todo lo que nos está sucediendo es una lección que humildad que, junto a otras catástrofes como el cambio climático, pone en evidencia la fragilidad de la condición humana. Ya en el relato de la expulsión del Paraíso del «Génesis», la serpiente tienta a Eva con estas palabras: «Seréis como dioses». Los autores de la Biblia conocían muy bien la naturaleza humana porque esa pretensión ha impregnado el progreso científico que nos ha permitido cruzar límites que hace pocos siglos hubieran parecido increíbles. Por primera vez en los millones de años transcurridos desde la aparición de la vida sobre la Tierra, hoy disponemos de las capacidades técnicas para clonar seres humanos y pronto será posible ralentizar el envejecimiento mediante terapias biogenéticas. Y justo en el momento en que el hombre acaricia la ansiada inmortalidad prometida por la serpiente, un virus desconocido se burla de todas nuestras certezas y nos coloca frente a la dolorosa conciencia de nuestros límites. En el pasado la humanidad ya se había enfrentado a tremendas epidemias como la peste negra, el tifus, el cólera o la mal llamada gripe española, que diezmaron a la población y provocaron millones de muertos. Ese escenario parecía hoy imposible, como nos habían asegurado las autoridades sanitarias. ¿Cómo iba a pasarnos algo así en la sociedad de la inteligencia artificial, los trasplantes de órganos y la medicina preventiva? Pues bien, ya nos ha pasado, al igual que otras catástrofes asociadas a un desarrollismo sin medida, que evidencian que la supervivencia del hombre sobre el planeta se enfrenta a serias amenazas. Todo indica que existe una especie de maldición que pesa sobre el progreso económico y tecnológico por la que, cuanto más mejora nuestro nivel de vida y de conocimientos, somos más vulnerables a fenómenos absolutamente imprevisibles como el coronavirus. A Ícaro se le fundió la cera de las alas por acercarse demasiado al Sol, a nuestra sociedad posindustrial le surgen «cisnes negros», por utilizar la terminología de Nassim Taleb, que ponen en evidencia que ni conocemos el futuro ni tenemos capacidad de controlar las consecuencias de nuestras decisiones. Somos seres arrojados al mundo, como diría Heidegger, dotados de una naturaleza precaria y contingente. Y toda obra humana está sometida a la degradación irreversible del tiempo. Por ello, deberíamos ser mucho más modestos sobre ese concepto llamado progreso, cuyos costes tendemos a ignorar. Nos hemos creído el engaño de la serpiente y hemos empezado a comportarnos como dioses cuando hemos alterado equilibrios ancestrales y explotado el medio ambiente sin ningún escrúpulo moral. Todo eso ya se está volviendo contra nosotros. Somos polvo y al polvo volveremos.