El amor antisistema

El Norte de Castilla
Alba Carballal

Decía Chesterton que 'el pueblo nunca puede rebelarse si no es conservador, al menos lo bastante como para haber conservado alguna razón para rebelarse'. La rebeldía, en ocasiones, pasa por tratar de salvar aquellos conceptos que, por el signo de los tiempos, parecen condenados al ostracismo. O al menos eso fue lo que se me pasó por la cabeza ayer, en uno de mis paseos por la periferia de Madrid, al ver una furgoneta rotulada con letras rosas que publicitaba los servicios de un bufete de abogados. Su promesa: un divorcio barato y rápido, una página en blanco, una vida nueva. En los últimos quince años, el número de divorcios se ha triplicado en España. Es lógico: en una sociedad inestable y sin certezas, el amor también termina por sucumbir ante la fragilidad, los ritmos capitalistas y la velocidad de unas vidas que terminan por postergar lo importante. En tiempos de Tinder y reguetón, lo personal cada vez se vuelve más político. Un divorcio es, por tanto, un motivo para la reflexión colectiva: en el fondo es el fracaso de una de las pocas cosas que siguen teniendo, en un entorno que apuesta por el cartón piedra, vocación de durar para siempre...
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