AnZiedad

El País
Luz Sánchez-Mellado

Da gusto verlos. Tan altos, tan guapos, tan listos, tan libres. Tan nosotros mismos, pero tan mejorados por los recursos y los desvelos que hemos invertido en ellos, que no reparamos en lo que se les puede pasar por la cabeza. Son nuestros hijos, nuestros vecinos, nuestros chicos y chicas, nuestro futuro. Esos seres digitales que se van a comer el mundo porque lo tienen todo para devorarlo. Los viejos pensamos que son felices por defecto. Porque no tienen cargas, porque están en la flor de la edad, porque es lo que toca. Igual erramos. Nuestro mundo no es el suyo. Mientras nosotros tenemos todo el pescado vendido, ellos aún no han pescado, las artes de pesca han cambiado y no sabemos enseñarles. Mientras nosotros elegíamos un oficio entre un puñado, ellos escogen entre el infinito, con la diferencia de que los trabajos de los que comerán aún no existen, y los que existen tienen los días contados. Mientras nosotros pasábamos selectividad y tirábamos, a ellos les miden a la centésima para una beca, unas prácticas, un curro precario. Mientras nosotros nos comparábamos con los amigos, los primos y las portadas del ¡Hola!, ellos se comparan con 1.000 millones de usuarios de Instagram con caras perfectas, cuerpos perfectos y vidas perfectas, aunque sean falsas, sin salir de su cuarto. Mientras nosotros, en fin, soñábamos con vivir de lo que amábamos, ellos sueñan con el éxito, sea eso lo que sea, y todo lo demás se les hace poco porque les venden que, si quieren, pueden...
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