Las pequeñas cosas

La Vanguardia
Remei Margarit

...Y así fueron pasando los años, hasta que un día, en mi caso, mi organismo empezó a quejarse con somatizaciones varias, entonces me paré para saber qué me estaba pasando. Pues bien, me di cuenta de que estaba tan ocupada que no tenía tiempo para mí. Y ¿qué quiere decir “tiempo para una misma”? Pues parar y pensar dónde estaba y cómo y por qué, y hacia dónde iba con tanta prisa. Y entonces, en mí, instalé una clase de freno de reflexión sobre lo que estaba haciendo.

Fue así como aprendí a sentir que me perdía las pequeñas cosas de la vida, las cosas que hacen que la vida tenga un sentido, como, por ejemplo, ver una flor que se ha abierto o un pájaro que visita mi balcón, o la luz de la salida del sol, o su atardecer con los colores hacia el rojo, o los compases de una música de alguien que toca un piano, o la sonrisa de un bebé en el cochecito que pasea su abuelo, o los momentos de silencio al anochecer cuando el bullicio de la plaza se desvanece, o también la lectura pausada de un buen ­libro.

Y con todo ello, mi organismo se tranquilizó. Creo que los humanos no estamos hechos para correr de un lado para otro sin parar. De hecho, encontré este consejo de Marco Aurelio (121-180), que no me cansaré de decir y utilizar: “Piensa, finalmente, en retirarte hacia aquella pequeña región que eres tú mismo y, sobre todo, no te disperses...”
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