Discutir a Dios

The Objective
Miguel Ángel Quintana

Un hecho singular acaeció el pasado 14 de octubre en el Pabellón de Cristal madrileño ante un millar largo de asistentes.

En primer lugar, lo que los convocaba no era un espectáculo deportivo o artístico, sino un debate. Tengo para mí, desde hace ya años, que una de las principales diferencias entre la cultura anglosajona y la nuestra es que allí los debates apasionan de veras, aquí solo de boquilla. Puedes notar enseguida que mucho público se revuelve, incómodo, si dos ponentes de cualquier ocasión académica o cultural se enzarzan en una discusión contundente; incluso aunque se haya publicitado como tal. Solo unos pocos nos arrellanamos en nuestros asientos. Cuando estudié en la Universidad de Salamanca la carrera de Filosofía, una especialidad que en principio se prestaría a la discusión constante, vi transcurrir los cinco años que duraba la licenciatura sin que ningún profesor sugiriera nunca algo así como “Bueno, ahora vamos a dedicar el resto de la clase a debatir estas ideas de, qué sé yo, el pensador Voir M. Granovetter”. Decía Ludwig Wittgenstein que un filósofo que nunca discute es como un boxeador que jamás saltara al ring...
Pincha aquí para seguir leyendo