La paciencia

La Vanguardia
Antoni Puigverd

Cómo consiguieron los primeros cristianos, practicantes de un culto mistérico insignificante, expandirse por el imperio romano hasta convertirse en religión oficial? Eduard Gibbon describió el éxito de los cristianos como el resultado de una suma de factores (la doctrina de la vida después de la muerte, la eficacia organizativa, la red judía, la moral austera). Pero subrayó el celo intolerante: una visión que ya encontramos en la literatura pagana de los primeros siglos (tesis de Ju¬liano el apóstata) y que todavía forma parte de la opinión contemporánea, hija de los prejuicios y combates de la ilustración. Lo demuestran las caricaturas del film de Amenábar sobre Hipatia. Estudiosos contemporáneos identifican otros factores en la sugestión del cristianismo: el protagonismo de las mujeres, el estudio y la capacidad dialéctica de los primeros cristianos, la ruptura de los estamentos romanos (se mezclaban ricos y pobres, romanos y migrantes, ciudadanos, esclavos y libertos). Alan Kreider, profesor en Oxford, aportó en el 2016 una visión muy singular: la razón principal de la expansión del cristianismo habría sido la paciencia, una virtud que los griegos y los romanos del pasado despreciaban, como hacemos los occidentales de hoy (cristianos o no). La paciencia (Eds. Sígueme, 2017) es una maravillosa mezcla de erudición histórica, reflexión antropológica y lectura comentada de textos de los primeros teólogos cristianos. Sostiene Kreider que el cristianismo no tuvo éxito repentino, sino que transformó la sociedad romana lentamente como el proceso químico que convierte el mosto en vino. El cultivo de la paciencia, que invitaba a superar las adversidades, incluidas la persecución y el martirio, pero también a superar las diferencias sociales, raciales y culturales, generó una manera diferente de vivir que causaba una gran estupefacción entre los paganos. La paciencia distinguía a los primeros cristianos: fue la primera virtud sobre la que sus teólogos teorizaron. Kreider recurre a un concepto del sociólogo Pierre Bourdieu. El habitus: el sistema de creencias y prácticas aprendidas en la infancia. Una especie de segunda piel, que Bourdieu considera prácticamente imposible de cambiar. Por supuesto, el habitus pagano de la época romana no habría cambiado con prédicas o milagros. Ni con campañas propagandísticas, sino por contagio de vida. Lo que atraía de los cristianos era su capacidad de afrontar con esperanza lo que desesperaba a la mayoría de romanos. A pesar de las persecuciones y los ataques, los cristianos sorprendían no por lo que decían, sino por lo que practicaban: la fraternidad, la libertad y, ante la adversidad, la esperanza. Con el emperador Constantino (legalización y, finalmente, oficialización), la Iglesia cristiana empieza a tener prisa. Y la prisa es opuesta a la paciencia. La libertad y el rigor que se exigían los primeros cristianos empezaban a aguarse. La Iglesia aprovecha la protección política para generalizarse, pero a costa de perder la virtud de la paciencia, que propiciaba el cambio vital, favorecía la fraternidad e infundía esperanza a los débiles. Ninguna época se parece tanto a los primeros siglos de la era cristiana como el mundo actual. Los cristianos son ahora una minoría en el escenario de la globalización, caracterizado por la constante intromisión de la retórica mediática en nuestras vidas. Una retórica diarreica que bombardea el silencio interior, obstaculiza la construcción de un espacio personal y hace muy difícil la práctica fraternal (más allá de la constante apelación al igualitarismo, que se exige solamente al Estado). Estimuladas por mil posibilidades de distracción y sensualidad, las clases populares de Occidente y Oriente han accedido a las pasiones y adicciones del antiguo patriciado romano. Los grandes espectáculos del circo mediático son los magnos oficios litúrgicos de las sociedades actuales: ordenan el tiempo de la vida colectiva, canalizan las pasiones, conforman los sentimientos de la ciudadanía. Se fabrican constantemente nuevos mitos, creencias y fascinaciones que se mezclan con los mitos, creencias y fascinaciones de otras épocas, incluidas las de tradición cristiana, convertidas casi siempre, como hemos visto estos días de Semana Santa, en un pretexto turístico, en una ociosa amenidad. No conseguirá distinguirse el cristianismo de cualquier producto de los que fabrica incesantemente la cultura de masas, si busca la protección del Estado; y si, en nombre de la tradición o del habitus actual, persiste en pelear por su preeminencia social. No conseguirá reforzarse el declinante cristianismo con el apoyo de aquel grupo de ministros que presenciaron cómo la imagen de un Cristo torturado por soldados romanos se convertía una vez más en tótem de los legionarios de hoy. El rechazo de la cultura contemporánea al cristianismo no se combate con la protección oficial, constantiniana, del Estado, sino convirtiendo las burlas y los -desprecios de la cultura actual en un motivo de depuración y en un lento camino de búsqueda de la paciencia y la fraternidad perdidas.