El prójimo

La Vanguardia
Pilar Rahola

En la amplia sala del Alvear, llena de punta a punta, un ambiente de expectación y complicidad. En el escenario, un triplete para la conversación: el popular gran rabino sefardí de Argentina, Isaac Sacca, el brillante periodista Luís Novaresio y quien esto escribe, que estos días se aventura por el intenso Buenos Aires. Esta noche no habrá debates enconados sobre política argentina, ni charlas sobre el lejano y siempre presente Oriente Medio, situado el tema en las aguas mansas de la ética y los valores. Hablamos de religión, y fanatismo entre un gran rabino y dos descreídos que, sin embargo, no estamos en pie de guerra contra la fe de nadie. Y como ocurre en estos casos, en los que el interlocutor ha hecho un proceso profundo de espiritualidad, la charla se eleva más allá de los tópicos. Personalmente intento explicar la pulsión que me mueve para abrazar algunas causas que me son lejanas. Unas horas antes, en un encuentro con profesores de escuelas judías, alguien me pregunta por qué lucho contra el antisemitismo, o me preocupo por Israel, si no soy judía, ni israelí, y es en la conversación con el rabino donde la explicación se torna más elaborada. La pulsión es el prójimo, ese concepto que el pueblo judío donó, en forma de palabra divina, a la humanidad. Es decir, la mirada del otro, la empatía con el dolor ajeno, el desdoblamiento entre la propia realidad, y el grito de otras realidades rotas, que nos apelan más allá de nuestro confort. El concepto bíblico del prójimo, inspirado por el judaísmo y adoptado por el cristianismo, es una idea revolucionaria que sienta las bases de la sociedad de la convivencia. Y en la modernidad, deriva en el concepto de la ética. A ese concepto me remito. Ciertamente no soy judía, pero tengo una clara conciencia de la maldad intrínseca del antisemitismo, esa escuela de la intolerancia que nos condujo a la barbarie más oscura, masacrando tres cuartas partes de la población judía de Europa. Ante el antisemitismo, me siento judía. No soy israelí, pero Israel representa valores democráticos, que lo convierten en objetivo de quienes quieren destruir las sociedades de la libertad. Son los mismos que quieren destruirnos a nosotros. Y más allá del pueblo judío, no soy musulmana, pero la niña Malala, y las pequeñas secuestradas por Boko Haram, y los musulmanes oprimidos por teocracias perversa, son mi causa, mi gente, mi espejo al otro lado del mundo. Ante el fanatismo islamista que los agrede y los mata, me siento musulmana. Y siendo de origen católico, no soy creyente, pero acabo de finalizar un libro sobre la persecución de los cristianos en el mundo, porque la tragedia masiva y silenciada de millones de personas perseguidas por su fe es también mi causa. No soy creyente, pero me siento copta, asiria, caldea, ante sus verdugos. Esa es la pulsión, esa la mirada del otro, ese es el compromiso con el prójimo.