Razón y fe
La VanguardiaLa Vanguardia. 'Razón y fe', por Pilar Rahola
Reunidos bajo la ampara de la YPO (Young President’s Organization), que agrupa a miles de chief executive officers de todo el mundo, y en el escenario del Real Club de Tennis Barcelona, unos cuántos intentamos lo imposible. Sobre la mesa, las religiones, Dios, el choque entre fe y razón... Y en la posesión del micrófono, felizmente moderados por Helena Garcia Melero, un grupo variopinto que iba desde representantes del cristianismo (Roser Farrús), el islam (Zouhair el Hairan), el budismo (Thubten Wangchen) y el judaísmo (Marcel Odina), hasta dos agnósticas-ateas “temporales”, según expresión de la socióloga Maite Soto-Sanfiel, que, a mi lado, culminaba el cuadro de ponentes. A partir de aquí, una conversación que se quiso libre y siempre fue respetuosa. Dios y la utilidad o, como preguntó alguien del público, ¿para qué las religiones? Lo cierto es que es extraño responder desde la mirada no creyente que, inevitablemente, me define. Y pongo el adverbio porque reconozco que sería cómodo evitarlo, convencida de que la creencia en Dios suaviza los miedos. Pero como esto de la fe no nace de inspiración divina, sino de voluntad humana, de momento estoy fuera del plano. A pesar de ello, en este mundo tan desconcertado, en permanente naufragio de valores y con conflictos severos que sangran a la humanidad, la existencia de los creyentes me parece una necesidad ética, de hecho, una urgencia social. Por supuesto, cuando hablo de creyentes me refiero a las personas que han hecho un viaje interior profundo, han adquirido una trascendencia espiritual, y de todo ello extraen una mayor humanidad. Gentes que han entendido la fe como una mejora personal y una entrega al prójimo. Otra cosa serían los fanáticos que usan a Dios para el mal, tipos cuya trascendencia acaba donde empieza su intolerancia. Pero más allá de esas ideologías totalitarias o de los instrumentalismos políticos de las religiones, el hecho religioso en sí es un caudal de valores morales que nos urgen, especialmente, en estas épocas convulsas. Es cierto que, como ciudadanos occidentales, tendemos a nutrirnos de la ilustración y del racionalismo, y con esa mirada intentamos entender el mundo. Pero ahora que ya sabemos que la Ilustración ha fracasado en su intento de que la razón lo explicara ¬todo, quizás deberíamos dejarle un hueco a la luminosidad que otorga la fe a muchas personas. No es algo ¬banal, ni simple, ni superficial, ni ¬podemos permitirnos el lujo de no tenerlo en cuenta. La fe, entendida como una fuerza interior que anima al ser humano a tener un recorrido vital más profundo, es la otra pieza que nos faltaba, el complemento a la razón, y no su antítesis. Ese es el error histórico de una Ilustración arrogante que creyó que la razón era superior a la fe. ¿Y si ambas estaban a nivel y sólo necesitaban complementarse? La respuesta a esa pregunta cambia toda la perspectiva.