El sacrificio que preferimos no mirar

ABC
José Luis Restán

La noticia de la muerte del capitán Borja Aybar, al estrellarse el avión que pilotaba tras su participación en el desfile de la Fiesta Nacional, ha producido un estremecimiento en todos los que gozábamos de un día alegre y de concordia, un día para recordar el bien de nuestra historia común de siglos. Esta muerte que parece absurda y fuera de lugar nos obliga a ser aún más serios con todo lo que significa una historia a la que este joven soldado servía con toda su inteligencia, corazón y dedicación profesional. La historia de cada hombre, como la de un país, siempre es dramática, vulnerable, condicionada por factores incontrolables. Pero a través de esa historia, en definitiva, se trata de afirmar un bien, una verdad y una belleza en la que todos nos podemos reconocer. Y eso sería imposible si cada uno, en su lugar y circunstancia, no estuviese dispuesto a entregar su vida. Millones de hombres y mujeres lo hacen cada día, lo hacen dentro de esta unidad amada y sufrida que llamamos España, que el pasado jueves celebrábamos seguramente con más conciencia e intensidad que otras veces. Tras la vistosidad de los uniformes, los toques de corneta y los aplausos de la multitud asoma el sacrificio que muchas veces preferimos no mirar. Con un nudo en la garganta pensamos en la seriedad de este empeño que nos concierne a todos, y sentimos gratitud por quienes asumen un riesgo mayor por eso que ya casi hemos olvidado que se llama «bien común». Pocas naciones pueden decir, como España, que su historia entrelazada de glorias y miserias se ha escrito mirando al Infinito, con una certeza última de que la muerte no es el final. Esa es la mejor palabra que podemos dedicar a la familia del capitán Aybar, una plegaria que no borra el dolor, inmenso, pero que abre a una esperanza aún mayor.