Martirio de los cristianos de Oriente

La Vanguardia

Acabamos de contemplar la destrucción de Alepo. Había sido la patria de una gran diversidad de comunidades cristianas (ortodoxos, católicos griegos, armenios, católicos armenios, sirios...). Unas comunidades que la guerra ha calcinado. La mayoría de los cristianos ha abandonado el país. Tuvieron que huir de los territorios controlados por el autoproclamado califato. También abandonan Irak (donde eran más de un millón y ahora son alrededor de 300.000). Sus monasterios y sus iglesias han sido destruidos, ha desaparecido un patrimonio documental antiquísimo, se ha perdido el rastro de muchos religiosos. La persecución islamista y la guerra civil en Siria y en Irak están barriendo antiquísimas comunidades vinculadas a los orígenes del cristianismo, algunas de las cuales todavía usaban el siríaco, dialecto del arameo, la lengua de Jesús. En todo el Oriente Medio, los cristianos son ahora rehenes de guerra (incluso en Palestina). Es obvio que no son las únicas víctimas de los conflictos que asolan aquel territorio, seguramente el más trágico del planeta. Pero su identidad cristiana se ha convertido en un motivo genérico de persecución. El viento de la historia favorece la islamización y la propagación de la intolerancia y la violencia.

Para los cristianos de Oriente, las presidencias de El Asad en Siria, Sadam Husein en Irak y Mubarak en Egipto eran garantías de seguridad; de la misma manera que ahora estos lazos han problematizado la identidad cristiana hasta extremos insoportables. Aún hoy en día, decenas de millones de coptos egipcios, la mayor comunidad cristiana en el mundo árabe (castigada hace pocos días por un nuevo atentado), se mantienen fieles al presidente Al Sisi, por temor del gobierno de los Hermanos Musulmanes en Egipto. Un problema añadido es que, en toda esta zona, primero bajo la dominación árabe y después bajo el imperio otomano, los cristianos siempre han vivido separados en diferentes comunidades y estrategias, que ahora complican su defensa. El fundamentalismo islámico los rechaza con su política totalitaria, y Occidente no parece tener ningún interés moral en defenderlos. A lo largo de los siglos, estas comunidades habían resistido, no sin dificultad, acontecimientos históricos, guerras y contactos culturales de todo tipo. A pesar de los esfuerzos que hace el Vaticano, y entre la indiferencia general de la opinión pública europea, los cristianos desaparecen del territorio en el que comenzó a fructificar el mensaje de Jesús. Desaparecen durante el siglo XXI, precisamente en la era de los derechos humanos.