Amenaza de ruina

La Vanguardia
Antoni Puigverd

Se equivocan los que, pensando en un posible botín político, creen que la lucha fratricida del PSOE les beneficia. Y se equivocan los que la convierten en un nuevo pasatiempo mediático. Se equivocan: la columna del PSOE se ha roto. Sumada a la situación catalana y al cambio generacional (15-M, Podemos), es la tercera gran pilastra del sistema de 1978 que cede. El edificio está en riesgo de derrumbe. Si se desploma, caerá sobre todos.

Aunque la batalla socialista termine en tablas, el daño ya está hecho. La batalla por el poder, tan obscenamente planteada, no es la causa del mal, sino la manifestación externa de un mal interior. Hace años que el PSOE es un partido enfermo. Hace años que ha perdido la posibilidad real de ser alternativa. La doble victoria de Zapatero ya fue el canto del cisne socialista. Y no sólo por su humillante final, sino porque ya nació como mera negación, incapaz de formularse en positivo. José Zaragoza sintetizó la época de Zapatero en una consigna: “Si tú no vas, ellos vuelven”. Ya en aquellos años en los que Carme Chacón conseguía una formidable cosecha en Barcelona, el PSOE y el PSC eran incapaces de proponerse en positivo: sólo sabían oponerse al PP. En puridad, esta versión negacionista ya apareció en la última campaña de Felipe González: la del dóberman. Asustando a sus votantes con el dóberman, el PSOE comenzó a morir.

Lo he escrito otras veces: Aznar es el político más determinante de la democracia. Construyó una ideología que el PSOE nunca pudo contrarrestar. La visión aznariana de España, que sintetiza José Antonio y Azaña, se construyó sobre un argumento ético irreprochable: los asesinatos y la falta de libertad en el País Vasco. Pero enseguida persiguió un viejo objetivo personal: la revisión de facto del título ¬VIII de la Constitución. De ahí su propuesta de “segunda transición”. Aznar y Mayor Oreja articularon el rechazo emotivo a la barbarie etarra (asesinato de M.Á. Blanco) incorporando los postulados de Fernando Savater, quien, en nombre de los valores cívicos, estigmatizaba todos los nacionalismos periféricos. Enseguida esta visión de España se hizo hegemónica y provocó el rebote catalán: Carod y el primer gran salto de ERC. El PSOE se quedó sin discurso alternativo: no osaba oponerse a este nuevo españolismo y no podía, por lo tanto, aceptar las tesis del PSC; pero tampoco podía, por razones electorales, descolgarse por completo de las tesis del PSC. El federalismo nació vacío. Era una etiqueta sin contenido: pura retórica.

La hegemonía del PP tenía otros ingredientes. Uno de ellos, decisivo, era hijo de los logros sociales del felipismo: las clases medias aspiraban a algo más que protección. Y Aznar se lo dio: capitalismo popular al estilo Thatcher. La bolsa, la especulación inmobiliaria y la gastronomía sustituyeron, en la España de Aznar, a la solidaridad socialista. Ello dio lugar a la burbuja inmobiliaria y a la deuda privada (ahora ya pública), causantes de la crisis. Pero los valores que lo hicieron posible, persisten. Las clases medias quieren la compañía de los triunfadores, no la de los perdedores (nuevas generaciones, parados, excluidos, inmigrantes).

El PSOE nunca ha podido oponer al aznarismo una verdadera alternativa. Ni se ha atrevido a formular una visión federal de España; ni ha sabido combatir los valores del capitalismo popular porque también son los suyos (de Blair a Hollande). Eso explica la amalgama del zapaterismo: no fue sino una alianza de todos los perjudicados por el aznarismo (sobre todo en Asturias, Andalucía y Catalunya). Esta alianza pudo vencer al PP, pero a la hora de gobernar provocó inevitables contradicciones (ejemplo: el pandemónium del Estatut).

La crisis económica hizo emerger las miserias del capitalismo popular y provocó la reacción de los indignados. Pero el PSOE ya no estaba en condiciones de incorporar a estos nuevos actores que reclaman un baldeo del sistema. Podemos y el independentismo se han comido el terreno: el PSOE no tiene margen de maniobra. Históricos y barones pretenden aprovechar la fuerza demográfica andaluza para reconvertirse en la CiU del sur (y obtienen el visto bueno del sistema como complemento centrado del PP). Sánchez y los suyos han apostado la supervivencia con una retórica que les lleva a convertirse en complemento de Podemos.

Van cayendo las columnas de la transición. Catalunya, indignados, PSOE. El PP sacará beneficio de ello a corto plazo. Pero sería insensato pensar que podrá aguantar en solitario el edificio de 1978. El PP y las élites sociales podrían haber impulsado una reforma que repartiera los costes de la crisis, que apuntalara la Constitución con la savia de las nuevas generaciones y que reformara el mapa territorial para resolver el malestar catalán. Han preferido el catenaccio. Se han cerrado en banda; pero en el interior de la sociedad existe un magma en ebullición, que tarde o temprano emergerá. Recuerda Stefan Zweig en El mundo de ayer una ley histórica que siempre se repite: los contemporáneos nunca consiguen apercibirse de los movimientos de fondo que determinan su tiempo.