Memoria y futuro

ABC
José Luis Restán

Martirio, ecumenismo y paz. Tres palabras que sitúan a Armenia en el mapa de las prioridades de Francisco. En el ajedrez de los grandes poderes puede parecer una pieza minúscula, enclavada en el inflamable Cáucaso. Y sin embargo, para el Papa es mucho más: «La fe en Cristo no ha sido para Armenia como un vestido que se puede poner o quitar en función de las circunstancias o conveniencias, sino una realidad constitutiva de su propia identidad, un don de gran valor que se debe custodiar a precio de la misma vida».

En la moderna Armenia no es preciso insistir en la importancia de la memoria. Allí se trata, en todo caso, de que esa memoria sea una palanca para caminar al futuro y no un pozo de amargura. El Metz Yeghern, el Gran Mal del que acaba de cumplirse un siglo, no puede dejar de estar presente en este viaje, pero, como hermano y amigo, el Obispo de Roma señalará también la vía del perdón y de la reconciliación. El Cáucaso es una falla tectónica para la paz, y Francisco desea ser allí testigo de misericordia.

En un gesto que es mucho más que mera cortesía, Francisco se hospeda en casa del Catholicós Karekin II, patriarca de la Iglesia apostólica armenia, una de las más antiguas iglesias orientales, separada tempranamente por las disputas cristológicas que trató de zanjar el concilio de Calcedonia. La relación con Roma está marcada hoy por el agradecimiento, porque Benedicto XV alzó su voz ante el sultán otomano para defender a los armenios. En un mundo marcado por la división y los conflictos, el testimonio de la unidad de los cristianos es como un faro en medio de la tormenta.