Muerte de un pediatra

La Vanguardia
Pilar Rahola

Alepo, llamada Khalpe, y Beroea para los helénicos, y Halep para los turcos, capital de los hititas y los amoritas, conquistada por romanos, bizantinos y mongoles, deseada por cruzados, dominada por otomanos, joya de civilizaciones que han transitado por su tierra dejando su huella milenaria, sede de los ortodoxos griegos de Antioquía y paso obligado para las grandes rutas del Éufrates, bella entre las bellas, antigua entre las antiguas, la mítica Alepo sangra sin remedio. Y a pesar del estruendo de las bombas, sangra en silencio. Como toda Siria y toda la región, en una guerra sin fin que todo el mundo lamenta pero todo el mundo usa y nadie quiere parar.

Estos últimos días ha vuelto el horror y la muerte ha caído desde el cielo ¬sobre casas, escuelas, carreteras, hospitales, dejando su siniestro trofeo de muerte. Tantos caídos que no sabemos cuántos, niños, adultos, ancianos… Y aunque la muerte masiva es anónima, detrás de cada víctima, una historia de vida con sus nombres y apellidos, sus familiares, sus amigos, sus querencias… Por ejemplo, la del pediatra Mohamed Wasim Moaz, el último que quedaba en la zona de Alepo en manos de la oposición, trabajando en el hospital Al Quds, que ha sido destruido. Gracias a sus compañeros de Médicos Sin Fronteras, que después del bombardeo han abandonado la zona, sabemos algunos detalles de este gran hombre que decidió mantener el compromiso con la humanidad, allí donde la bestia imparte su ley. Su amigo Hatem, director del hospital de niños de Alepo, explica en una sentida carta en Facebook como Wasim abandonaba por la noche la zona segura y se iba a Al Quds para ayudar a los niños heridos. A menudo, debían trasladar a los niños de las incubadoras a los sótanos, cuando arreciaban los bombardeos, y a pesar del enorme riesgo nunca quiso abandonar su trabajo.

En una entrevista a la BBC, Rami Abdulrahman, jefe del Observatorio Sirio de Derechos Humanos, ha dicho de Wasim: “Era un pediatra extremadamente dedicado, que eligió arriesgar su vida para seguir ayudando a la población de Alepo. Su muerte es una tragedia terrible que tendrá un impacto devastador en una situación ya de por sí crítica”. Y así, con el testimonio de quienes lo conocieron, el resto del mundo podemos poner nombre a los héroes. La muerte de un pediatra en una zona de guerra es la muerte de la humanidad entera.

Y mientras sangra Alepo y Siria y toda la región, en las fronteras huecas de Europa la desesperación grita por las ¬noches, llora con los niños, intenta huir por los caminos imposibles, muerte en los mares del abandono. No sólo abandonamos a los sirios que caen bajo las bombas, abandonamos a los que intentan salvar la vida, arrastrándose por las tierras prometidas. Muere el último pediatra de Alepo y los ruiseñores se quedan mudos, las lágrimas se secan y la vergüenza tiñe de oscuridad la conciencia de Europa.