Con Agatha Christie

La Vanguardia
Daniel Arasa

El pasado martes cumplí 46 años de casado. Dirá el lector que le importa un rábano, que es asunto mío y de mi familia, que no me va a felicitar y que no soy ninguna estrella mediática de la que a cierto público le interesen sus amores y desamores. Tiene razón. Pero permítame la licencia de enlazar la ya larga trayectoria profesional y personal con el comentario del pasado jueves del director de La Vanguardia, Màrius Carol, Atardecer en Palmira. Agatha Christie quedó fascinada por las puestas de sol de aquella ciudad patrimonio de la humanidad situada en el desierto, conquistada hace pocos días por los salvajes del Estado Islámico. La escritora británica acompañaba a su marido, Max Mallowan, en sus viajes a Siria e Iraq para investigar en las ruinas arqueológicas y allí conoció la belleza de la ciudad milenaria ahora en extremo peligro. Un día, la reina de la novela de crímenes, con fina ironía dijo: "Casarse con un arqueólogo es una suerte, porque cuanto más vieja te haces más le in-teresas".

Aunque no alcancemos ni de lejos la agudeza de Agatha Christie, en la vida personal y de familia el paso de los años ni es para lamentarse ni hace a las personas menos interesantes. Algunas tribus africanas dicen cuando muere un anciano que desaparece una biblioteca. Y en las familias puede haber vida creciente aunque las fachadas de las personas se vayan estropeando con el paso de los años. Se equivocó Lev Tólstoi en Ana Karenina cuando escribió aquella frase que se ha hecho famosa por mil veces reproducida: "Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada". Es probable que sea cierta la segunda parte, pero no la primera. Cada familia feliz es el resultado del esfuerzo por poner nuevo combustible para que el fuego del amor no sólo no se extinga sino que crezca. Exige mucha creatividad diaria. Cada familia feliz es bien distinta de las demás en sus circunstancias y en las mil y una maneras de afrontar los obstáculos, que, como a todo el mundo, no le faltan. Eso sí, es seguro que en todas ellas son comunes entre cada uno de sus miembros la sonrisa habitual, el interesarse seriamente por los demás, el ser servicial, cordial, amigo de los amigos, haber creado un marco en donde no faltan las palabras perdón y gracias.

Todo ello más aún, cuando pasan los años. Abundan los manuales sobre envejecimiento activo y en Catalunya el doctor Miquel Vilardell y otros han hecho interesantes aportaciones. Hay muchas coincidencias: nada de arqueología ni de mirada nostálgica hacia atrás, seguir luchando día a día conociendo las propias limitaciones y aportando el pequeño grano de arena a la sociedad sin reservarse nada para sí mismo, sin miedo a "morir con las botas puestas" y sabiendo que no todo acaba aquí.