El yihadismo acelera el éxodo de cristianos en Oriente Próximo

El País
Patricia R. Blanco

El sacerdote iraquí Zuhir Gaggui vio por última vez su casa el pasado 7 de agosto. Eran las cuatro de la madrugada y huía sin llevar consigo más que “un par de camisas” ante la inminente llegada a su ciudad, Karakosh, de milicianos del Estado Islámico (EI). Horas antes, una bomba caída en la medina anunciaba que los yihadistas se aproximaban a esta localidad, de unos 50.000 habitantes y mayoría cristiana, a 30 kilómetros de Mosul, que para entonces ya estaba en manos de los terroristas. Poco después del alba, Karakosh caía también bajo el control del autoproclamado califato.