El enigma del vuelo a Dusseldorf

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Fernando de Haro

Inexplicable. Fue la palabra que utilizó el miércoles pasado Rémi Jouty, el responsable del BEA (la oficina de investigación de accidentes aéreos). La trayectoria no era compatible con la de un avión controlado por los pilotos.
Esperábamos una larga investigación. No habíamos considerado la hipótesis que Brice Robin, el fiscal de la República en Francia, nos ofreció el pasado jueves como la explicación casi definitiva para la muerte de las 150 personas que volaban desde Barcelona a Dusseldorf. La grabación de la caja negra no dejaba lugar a dudas: Andreas Lubitz había perseverado con aparente frialdad en su voluntad de estrellar la nave. Las normas de seguridad, aprobadas tras el 11 de septiembre para garantizar la incomunicación de la cabina, se convirtieron en un obstáculo insuperable después de que el copiloto hubiera decidido acabar con su vida y con la de todos los que estaban a bordo.