Mártires polacos en Perú

Diego García-Sayán

La noticia se publicó en Perú la semana pasada, pero quedó un tanto perdida en medio del fárrago de titulares alrededor de la aburrida crisis política local, crecientemente judicializada y huérfana de ideas. La beatificación dispuesta por el papa Francisco de tres jóvenes sacerdotes asesinados en el norte de Perú en 1991 por Sendero Luminoso, conocida en ese contexto, tiene un inmenso significado que no puede pasar desapercibido.

Michael Tomaszek (30) y Zbigniew Strzalkowski (32), Franciscanos de Cracovia, fueron fulminados por las balas terroristas el 9 de agosto de ese año en la localidad andina de Pariacoto del departamento de Ancash. Los asesinos dejaron junto a los cadáveres un pedazo de cartón en el que habían escrito “así mueren los que hablan de la paz y los que lamen el imperialismo”. Sandro Dordi (60) cayó dos semanas después en el trayecto de Vinzos a Santa, en la misma región de Ancash, muy lejos de su natal Bérgamo.

Tuve ocasión de conocer Vinzos, Pariacoto y demás parajes de Ancash, en el norte andino del Perú, cuando pasé una larga temporada en esa zona como voluntario de la Cruz Roja, en el socorro a las víctimas y la reconstrucción del terremoto de 1970 en el que murieron más de 70.000 personas. Hermosas e idílicas a la vista, pero muy pobres quebradas interandinas, con una economía campesina batalladora. La catástrofe producida por el sismo añadía dramatismo y retos inmensos a gente que enfrentaba con tesón y perseverancia; el trabajo voluntario permitía reconstruir escuelas, acequias e iglesias.

Veinte años después, la garra terrorista y asesina de Sendero Luminoso ensangrentaría de nuevo estos parajes. Cayó sobre ellos una nueva página de sufrimiento, esta vez por obra humana. Es en ese contexto en el que fueron asesinados esos tres buenos sacerdotes, que acompañaban con su prédica y trabajo social a la gente, mayoritariamente muy pobre, con un mensaje de paz y justicia. Eso demostró ser demasiado para la cerril intolerancia senderista que los asesinó.

La guerra que desató el terrorismo de Sendero Luminoso en 1980 produjo la muerte de decenas de miles de personas, tanto por acción terrorista del terrorismo como por operaciones militares del Estado. Durante los más de 20 años transcurridos, el hecho del asesinato de los tres sacerdotes quedó un tanto perdido entre la ruma de información sobre los miles de muertos y desaparecidos en 20 años de violencia.

La iniciativa y perseverancia de Monseñor Luis Bambarén, entonces obispo de Chimbote (cabeza eclesial de las parroquias en donde laboraban los tres mártires en Ancash), fue capital para mantener la memoria sobre lo que pasó impulsando el proceso de beatificación desde 1995. En esta última fase, el marco del papado de Francisco fue decisivo para producir la justa beatificación de los tres mártires, en simultaneidad a la beatificación de Monseñor Óscar Romero, asesinado por un comando paramilitar de ultraderecha en los prolegómenos de la guerra interna en El Salvador.

Esto tiene un inmenso significado: el reconocimiento y homenaje a conductas ejemplares de personas que batallaron contra la violencia con su fe y cerca del pueblo; al lado de las preocupaciones y almas de los pobres, explicación de por qué el terrorismo asesinó a unos, y el paramilitarismo a Romero. Muy distinta a la conducta de algún pastor que en el sur andino del Perú en esos mismos años cerraba las puertas a quienes buscaban auxilio y apoyo frente a las masacres o las desapariciones.

Es para mí un gran honor en estos tiempos compartir con Monseñor Bambarén y otras personas la responsabilidad de tener que poner este año a disposición de la sociedad peruana el Lugar de la memoria, la tolerancia y la inclusión social. En ese espacio de memoria, Tomaszek, Strzalkowski y Dordi ocuparán un lugar especial. Ello no solo como homenaje a las víctimas sino para promover —y remachar— la convicción de que el horror no puede repetirse.