La lucha entre el “Yo” y el poder según don Giussani

Julián Carrón

«El mayor obstáculo en nuestro camino como hombres es el “descuido” del “yo”. En lo contrario de este “descuido”, es decir, en el interés por el propio yo, consiste el primer paso para caminar de un modo verdaderamente humano. Parece obvio que se tenga este interés, pero de ningún modo es así: basta considerar los grandes vacíos que se abren en el tejido cotidiano de nuestra conciencia y la dispersión que sufre nuestra memoria». Don Giussani es imprevisible. ¿Quién de nosotros habría dicho que el mayor obstáculo en nuestro camino como hombres es el descuido del “yo”? Nos parece que todo lo demás es más importante que esto. Y precisamente tal constatación demuestra hasta qué punto se ha oscurecido en nosotros la percepción de nuestra persona. Lo afirmaba don Giussani en 1992, al identificar en este oscurecimiento el signo de una “era bárbara” que avanzaba (hoy podemos reconocer por la evidencia de los datos lo acertado de su visión): «Tras la máscara cada vez más frágil de nuestro “yo” se esconde hoy en día una gran confusión». La consecuencia resulta evidente ante nuestros ojos: «No hay deshumanización mayor que hacer que desaparezca el “yo”: esta es precisamente la deshumanización de nuestro tiempo».

En esta situación podría parecer que todo está perdido. Pero la mirada de don Giussani es distinta. Consigue ver en el “yo” un brote que otros no ven. De hecho, él nos ayuda a reconocer que incluso en este contexto permanece intacta en la persona, aunque a veces parezca confusa, la espera de la salvación, «como dice Adorno; el hombre espera que de la verdad de las cosas, como quiera que se la conciba, emerja, a pesar de todo, dentro de la apariencia, más allá de ella, la imagen de la salvación. La espera de la salvación es inevitable».

Pero, ¿de dónde puede venir esta salvación? Con un gran realismo acerca de la naturaleza ilimitada de nuestra necesidad, don Giussani invita a reconocer que «esta salvación no puede nacer de nosotros, no podemos inventarla, ni como individuos» ni todos juntos. Entonces, ¿de dónde puede venir? «Lo único que aclara y hace consistente los factores constitutivos del “yo” es un acontecimiento. Se trata de una paradoja que ninguna filosofía o teoría –sociológica o política– logra tolerar: que sea un acontecimiento, y no un análisis, un registro de sentimientos, el catalizador que hace que los factores de nuestro “yo” puedan salir a relucir con claridad y componerse ante nuestros ojos, ante nuestra conciencia, con una transparencia firme, duradera y estable». […]

«Imaginémonos a Andrés y a Juan, dos pescadores habituados al trabajo duro, sin fantasías excesivas, pensemos en ellos mientras van con Él; primero mientras Le siguen en silencio y luego cuando van con Él hasta Su casa. Al mirarle se sentían ellos mismos, ya no eran ellos, no eran lo que eran la noche anterior, ya no eran lo que eran esa mañana cuando salieron de casa. Si uno les hubiese agarrado dos días antes y les hubiese dicho: “Juan y Andrés, pensad en vuestro ‘yo’, pensad en vuestra persona”, habrían dicho: “Pues, esperamos pescar muchos peces esta noche, espero que mi mujer se cure, esperamos que nuestros hijos crezcan bien”, pero nunca habrían pensado en lo que habían escuchado. Al ver a aquel hombre, sintieron que eran ellos mismos».
Como podemos ver, el acontecimiento tiene la forma de un encuentro humano al alcance de cada uno. Es un encuentro lo que despierta al “yo” de su descuido. Por eso dice don Giussani: «El encuentro vuelve a suscitar la personalidad, permite percibir o volver a percibir, hace descubrir el sentido de la propia dignidad. Y como la personalidad humana está compuesta de inteligencia y de afecto o libertad, en ese encuentro la inteligencia se despierta a una curiosidad nueva, a una voluntad de verdad nueva, a un deseo de sinceridad nueva, a un deseo de conocer cómo es la realidad verdaderamente, y el “yo” empieza a arder de afecto por lo que existe, por la vida, por sí mismo, por los demás, un afecto que antes no tenía».

Pero existe un inconveniente, diría don Giussani: «Hace falta que yo lo acoja». ¿Y qué empuja al hombre a acogerlo? El corazón, lo más descuidado y sin embargo lo más decisivo para hacer un camino humano: «Sin corazón, si tú no tienes corazón, si no se conserva el corazón que se te ha dado, sin corazón, Dios no puede hacer nada».

¿Por qué esta insistencia en el “yo”? Porque ser uno mismo es el único recurso para frenar la intromisión del poder. Don Giussani nos corrige ante la tentación de desviar la atención hacia la acción del “yo” en la sociedad: «El único recurso que nos queda es retomar con fuerza el sentido cristiano del “yo”. Digo retomar el sentido “cristiano” no por un prejuicio sino porque, de hecho, solo la concepción que tiene Cristo de la persona humana, del “yo”, explica todos los factores que sentimos de forma impetuosa dentro de nosotros, que emergen en nosotros, y por ello ningún poder podrá aplastar al “yo” como tal, podrá impedir al “yo” ser él mismo».

Pero, ¿qué permite al “yo” recuperarse cuando se ha perdido? Esta es la respuesta de Giussani: «Solo la compañía entre nosotros puede sostener el esfuerzo, el riesgo y el valor del individuo. Pero no existe una compañía humana cuya razón de ser sea únicamente sostener la recuperación del individuo; los hombres por sí solos no pueden lograr esta compañía. Se necesita la presencia de Otro, de un hombre que es más que un simple hombre; se necesita la presencia del Dios que ha venido a este mundo para consolidar esta solidaridad que nos sostiene y nos impulsa a retomar continuamente el camino hacia la verdad y el bien, mediante la fatiga que compartimos con todos los hombres».

Por ello, lo que define a la compañía cristiana es la «memoria» de ese hecho. No ser una red de protección, un pararrayos o un refugio que nos proteja de los temporales de la vida. Por el contrario, «vivir en compañía significa no dejarse detener ante ninguna circunstancia contradictoria, ante ningún aspecto negativo, así como ante ningún sacrificio ni dificultad. Y tender hacia lo que es más grande, desear lo que es más verdadero, llega a ser lo más importante por encima de todo».

(Este texto es un extracto de la introducción a In cammino de Luigi Giussani)

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