Como luciérganas en las manos de un niño

Marco Montrasi

El Papa Francisco es un río en creciente. No se cansa de comunicar lo que vive, la sobreabundancia de una relación que lo hace libre y gozoso, lleno de vida. Por eso es casi inevitable que de un modo u otro haya muchos que traten de ser intérpretes de su pensamiento. Sinceramente, me da un poco de miedo definir algo de este hombre que nos supera siempre en todos los sentidos. Muchas veces se escucha: “el Papa quiere decir esto…”, “el rasgo característico de este Papa es éste…”. Vaticanistas, periodistas, teólogos, evidentemente todos buscan hacer lo mejor posible su trabajo, y tal vez quisieran lograr el scoop del año. Pero explicar al Papa Francisco realmente es una tarea difícil, porque cuando la persona que tenemos delante más pone de manifiesto su irreductibilidad, su originalidad, podríamos decir su estar lleno del Espíritu Santo, menos se la puede “comprender”, en el sentido de abarcarla en una definición, en una explicación. Deberemos aprender de la gente sencilla. Tal como nos ha hecho ver el Papa –y se lo puede constatar aquí en Brasil, en Aparecida- lo que más desea el pueblo sencillo es mirar, tocar para quedar curado, aprender, “estar con él”.

Lo más impresionante que yo veo es que nace y se desarrolla un diálogo. Todos los días tengo la posibilidad de tener delante algo que este hombre me dice y tengo la posibilidad de dejarme provocar, de conocer cosas nuevas y de permitir que entren en crisis otras quizá un poco viejas. Las homilías de la misa matutina en la capilla de la casa Santa Marta son un ejemplo de este diálogo, donde yo me sorprendo observando y siendo provocado, algo así como los apóstoles cuando estaban con Jesús en los momentos normales de su vida, caminando por las calles o comiendo juntos. El Papa Francisco me hace conocer a Jesús en la normalidad de la vida, como, por ejemplo, cuando nos habló del estupor:

“El estupor es una gracia grande, es la gracia que Dios nos da en el encuentro con Jesucristo. Es algo que hace que nosotros estemos un poco fuera de nosotros por la alegría… no es un mero entusiasmo”, como el de los partidarios cuando gana su equipo de fútbol”, sino que es “algo más profundo”. Es experimentar el encuentro interior con Jesús vivo y pensar que eso no es posible: “Pero el Señor nos hace comprender que realmente está ocurriendo. ¡Es bellísimo!”. Después del estupor viene el consuelo espiritual, y al final, como “último escalón”, está la paz. “Siempre un cristiano, incluso en las pruebas más dolorosas, no pierde la paz y la presencia de Jesús” y “con un poco de valor” puede pedir: “Señor, dame esa gracia que es la señal del encuentro contigo: el consuelo espiritual” y la paz. Una paz que no se puede perder porque “no es nuestra”, es del Señor: la verdadera paz “no se vende ni se compra. Es un regalo de Dios”, entonces – concluye el Papa – “pidamos la gracia del consuelo espiritual y de la paz espiritual, que comienza con este estupor de alegría en el encuentro con Jesucristo. Así sea”. (04/04/13)

“Tamquam scintillae in arundineto”, dice la Biblia en el Libro de la Sabiduría, los justos brillarán como chispas que se propagan en los rastrojos. Me recuerda algo que aprendí de Don Giussani. Él decía que en un diálogo “lo que debe quedar son las chispas: hay que atraparlas como hacen los niños con las luciérnagas”. En ese diálogo formado por muchas expresiones, palabras y pensamientos, se producen “chispas”, momentos en los que algo me impacta especialmente, ciertos momentos de correspondencia que llegan al corazón y generan una amistad y un imprevisto sentirme hijo. Después esas “chispas” podrían desvanecerse en la nada, como tantas cosas bellas que impactan y pasan. Por eso no es suficiente verlas, dice Don Giussani, “sino que hay que atraparlas como hacen los niños con las luciérnagas”. Vale decir que requiere un trabajo, que requiere mi humanidad, que requiere mi sencillez, para que se conviertan en experiencia. Por todo eso me doy cuenta de que caminamos juntos, y como él siempre dice, ¡vamos para adelante!