El día de los Reyes Magos

El Mundo
Pedro G. Cuartango

VIVIR, vivir, sólo viven los niños y los viejos. Es al comienzo y al final de la existencia cuando se posee la capacidad de sentir los momentos con la intensidad de quien ignora lo que es el tiempo.

El don más valioso que nos podrían traer los Reyes Magos es ilusión, entendida como la capacidad para sobreponernos a las desgracias del presente y valorar que nuestra vida es una experiencia inédita e irrepetible que no podemos malgastar.

Yo he desarrollado un profundo pesimismo hacia todo lo que me rodea y, por eso, tiendo a ver el lado negativo de todo lo que sucede. El otro día, criticaba la banalidad de los programas de la Nochevieja, elevando a categoría algo que es verdaderamente irrelevante.

Uno no puede ni debe ir malgastando su energía contra molinos de viento, como hacía Don Quijote. Sí, hay muchas cosas que funcionan mal en el mundo, pero sólo hay que preocuparse de las importantes y, sobre todo, de aquellas que verdaderamente nos conciernen y podemos solucionar.

Me viene a la memoria un recuerdo de mi padre, un hombre justo y bondadoso, mucho mejor que yo. Un día de crudo invierno, hace 40 años, se encontró a un marroquí en la estación de Miranda. Estaba sólo y acurrucado en un rincón del vestíbulo. Mi padre se lo llevó a casa, le dio de comer y le regaló un abrigo. Luego le acompañó y le compró un billete hasta Algeciras. Nunca me lo contó ni se jactó de ello.

Mi padre era consciente de que no podía resolver las injusticias de este mundo, pero siempre le vi preocuparse por solucionar los problemas de los demás. Ahora vivimos en un entorno en el que proliferan las organizaciones que se dedican a ayudar a la gente, pero quien realmente está haciendo esta crisis más llevadera es la solidaridad individual. En este sentido, la mala situación económica ha aflorado lo mejor de nosotros y puesto en evidencia que hay muchas personas que se sacrifican para sacar adelante a sus familiares en paro.

Este hecho me devuelve el optimismo y la fe en una parte de la sociedad española que preserva unos valores morales que han sobrevivido al consumismo y la frivolidad dominantes. Sobre esta base podemos construir un mundo mejor sin esperar demasiado de una clase dirigente que habita en una torre de marfil y que percibe la realidad como una abstracción geométrica. Todavía el futuro está en nuestras manos.