Perversión y sustitución de nuestras élites

El Mundo
Ignacio García de Leániz Caprile

Decía Julián Marías que en España había que repetir las cosas tres veces para que se oyeran. Por eso en estas horas urgentes reitero una recomendación: quien quiera entender las causas de nuestra crisis nacional y las honduras de la gravedad del presente que lea el capítulo XI -la época del «señorito satisfecho»- del libro que mejor la anticipa y explica, La rebelión de las masas. Auguro que quedará muy asombrado. Porque lo que nos sucede y cómo hemos llegado hasta este estado de descomposición y entropía se resume en asistir hoy al cumplimiento efectivo del gran temor de Ortega: que alguna vez el prototipo del hombre (y mujer)-masa se alzase de pleno con la dirigencia de nuestra nación en cualquiera de sus vertientes. Esto es, que un perfil orientado al yo y sus instintos -en las antípodas del bien común- se haya convertido, en acrobacia paradójica, en minoría rectora instalada en los ámbitos del poder político, económico, educativo y cultural. Un Narciso ensimismado y sensual rigiendo nuestros destinos, sin siquiera su hermosura. Y un contradios tal es lo que explica las graves anomalías de esta España sin pulso que agoniza en su decadencia y que esconde un gran fracaso que nadie quiere afrontar: nuestra fallida incorporación reciente a Europa. Como si nuestra situación actual fuera hija de aquella confidencia que Ortega vertió a Marías en el Retiro: «Desengáñese, amigo mío, el verdadero problema de España es que nadie está en su sitio». Y eso, advirtámoslo bien, incluía a Cataluña.