Reflexiones de una presa sobre Nelson Mandela

El País
Yulia Timoshenko

Mandela pudo guiar a Sudáfrica hasta la libertad porque supo ver su futuro con mayor claridad que quienes vivieron los años del apartheid fuera de la cárcel. De hecho, tuvo esa poco común claridad de la visión moral que la cárcel —más quizás que ningún otro ambiente— puede alimentar.

El encarcelamiento infundió también esa claridad a Alexandr Solzhenitsin. “Poco a poco fui descubriendo que la línea que separa el bien del mal no pasa por los Estados ni entre las clases ni tampoco entre los partidos políticos, sino que cruza exactamente todos los corazones humanos”, escribió en El archipiélago Gulag. “Esa línea cambia (…) e incluso dentro de los corazones rebosantes de maldad se mantiene una pequeña cabeza de puente de bien e incluso en el mejor de todos los corazones se mantiene un rinconcito no desarraigado de mal”.

La capacidad para ver más claramente que la mayoría el funcionamiento interno del alma humana es uno de los pocos dones que puede brindar el encarcelamiento. Obligados a contar exclusivamente con nuestra vulnerabilidad, nuestro aislamiento, nuestras pérdidas (y nuestra causa, aparentemente perdida), aprendemos a mirar más detenidamente en el corazón humano: el nuestro y el de nuestros carceleros.