El tren de nuestro mal

Il Sussidiario
Félix Carbó

Toda Galicia se estaba preparando para la vigilia de Santiago, día festivo en toda la Comunidad autónoma. Santiago de Compostela estaba preparada para los espectáculos y las fiestas en honor del Apóstol mártir. Y para los famosos fuegos artificiales que se pueden admirar contemplando la fachada de la catedral.
En la estación ferroviaria, a las 20.41h, amigos y familiares esperaban la llegada del tren Alvia modelo S/7 30, capaz de alcanzar una velocidad máxima de 250 km/h, que transportaba a 264 personas. A pocos kilómetros de la llegada, una curva de velocidad limitada a 80 km/h la tomó a 190 km/h, según declaró el propio maquinista después del accidente. Inesperadamente, la espera de los pasajeros, familiares y amigos se transformó en tragedia.
La “seguridad” humana parece haberse derrumbado, aparentemente, a causa de la excesiva confianza del maquinista en sus recursos y en su capacidad. La colaboración de la población fue inmediata, con ayuda espontánea sobre el terreno y con donaciones de sangre en los hospitales a los que fueron trasladados los heridos, hasta tal punto que el Centro de Transfusiones de Galicia declaró en unas horas disponer de una reserva de sangre suficiente para poder asistir a todos los pacientes.
Parece que se ha hecho todo lo posible, pero no hay palabras humanas para poder explicar una situación como esta, un dolor tan enorme que sacude a tan gran número de personas, a tantísima gente. Personalmente, en estos momentos me vienen a la mente las palabras del Libro de Isaías: «Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros» (Isaías 55,9).
Solamente el cristiano consciente del misterio de la Cruz de Cristo, de Su Resurrección, de Su Gloria (imagen magníficamente representada en el Pórtico de la Gloria precisamente de la Catedral de Santiago), puede ir más allá de la desesperación del momento. Viendo a Cristo Rey, acogedor a pesar de, o incluso gracias a, Su Pasión, dando sentido al dolor de Su madre y de sus amigos, Su triunfo puede hacer soportable este momento y llevarnos a la misma alegría que Sus amigos probaron en el monte de la Ascensión.
Mi abrazo y mi oración para todos mis paisanos.