La revolución europea que llega al mundo musulmán

Vita e Pensiero*
Philip Jenkins

Una revolución está alterando el Norte de África y Oriente Medio. No, no es la revolución conocida por todos a través de los medios de comunicación, es decir, las protestas contra las dictaduras y las opresiones que han tenido lugar en Egipto, Túnez y, de manera más violenta, en Libia. La revolución a la que me refiero atañe, ciertamente, a todos estos países, pero sus efectos prometen superar todo cambio de régimen o, también, cualquier nueva Constitución. Mientras que Occidente le presta poca atención, muchas sociedades musulmanas están experimentando una transformación demográfica que las convertirá en sociedades mucho más europeas: más estables, más abiertas a los derechos de las mujeres y, sobre todo, más “laicas”. Este cambio resiste a todas las rebeliones políticas.

En esta historia el número mágico es 2,1: ésta es la cifra que representa el índice de fertilidad que necesita una sociedad para mantener constante la propia población. Si cada mujer tiene durante su vida, como media, un número de hijos mayor a 2,1, la población de la sociedad a la que pertenece podrá expandirse y habrá una comunidad llena de jóvenes. Si el índice desciende por debajo de 2,1, estas poblaciones sufrirán primero un estancamiento y, después, un declive, y la edad media aumentará.

Según un estereotipo muy difundido, los europeos han perdido la visión a largo plazo que les hubiera permitido tener familias numerosas y la religión no necesariamente les estimula: cuanto más cerca de Roma vive una mujer, menos hijos tiene. Cuando los analistas miran a la Europa moderna, se preocupan de las perspectivas a largo plazo a causa del bajo índice de fertilidad en naciones como Italia (1,39), Alemania (1,41) y España (1,47). Los expertos están preocupados, sobre todo, cuando comparan estos índices europeos con los perfiles demográficos notoriamente altos del tercer mundo, que han contagiado también a Oriente Medio. No es difícil imaginar un escenario en el que los musulmanes de Oriente Medio superarían a los estáticos europeos, creando una “Eurabia” islamizada.

Pero hay un problema. En los últimos treinta años estos países de Oriente Medio, que normalmente tenían muchos niños y adolescentes, han empezado a tener una impresionante transformación demográfica. Desde mediados de los años setenta, el índice de fertilidad de Argelia ha descendido del 7 al 1,75, el de Túnez del 6 al 2,03, el de Marruecos del 6,5 al 2,21, y el de Libia del 7,5 al 2,96. Hoy, el índice de Argelia equivale más o menos al de Dinamarca o de Noruega; el de Túnez es comparable al de Francia.

¿Qué ha sucedido? Todo depende de los cambios en los comportamientos y en las expectativas de las mujeres en estas sociedades, antes muy tradicionales. En toda la región, las mujeres están cada vez más implicadas en actividades educativas de alto nivel y en trabajos a tiempo completo. Este cambio hace que para las mujeres sea sencillamente impensable tener una tribu de siete u ocho hijos. Además, a menudo la imagen que las mujeres tienen del propio papel en la vida ha variado debido al contacto con Europa. Los emigrantes en Francia o en Italia vuelven a casa con las costumbres cambiadas, mientras que las familias que han permanecido en sus casas es difícil que consigan evitar los retratos mediáticos de la vida occidental que ven en los canales televisivos vía cable o vía satélite. Tal vez Europa y Medio Oriente están emergiendo como una sola “Eurabia”, pero estamos aún lejos de aclarar qué lado del Mediterráneo está realizando el trabajo mejor para imponer la propia opinión sobre el otro. Por el momento, parece que el Magreb se esté convirtiendo en europeo.

Un cambio tan profundo no puede dejar de tener implicaciones políticas. En un país con un índice de fertilidad de tercer mundo es bastante improbable que las mujeres intenten tener o se les conceda algún tipo de educación: indudablemente, está claro que su carrera será el de ser madres. Mientras tanto, los adolescente y jóvenes proliferan y se convierten en una gran fuente para utilizar en los ejércitos y milicias visto que su vida tiene un coste especialmente bajo (véase Yemen y Somalia, donde la fertilidad es respectivamente del 5 y del 6,4).

Pero intentemos imaginar una sociedad que podríamos llamar más “europea”, en la cual los hombres y las mujeres estén muy preocupados por sus núcleos familiares y que hayan invertido su amor y su atención solamente en uno o dos hijos. Como ciudadanos siempre más instruidos, ellos estarán preparados para no aceptar la corrupción demagógica y sistemática que ha sido practicada por los gobiernos en esas zonas. Se verán a sí mismos como miembros responsables de una sociedad civil, con aspiraciones que pedirán ser reconocidas y sentirán el deseo de una plena participación democrática. De aquí parten las rebeliones iniciadas, por ejemplo, en Túnez, país que tiene un índice de fertilidad bajo y unos profundos vínculos con Francia.

Parece ser que unos cambios demográficos tan rápidos están vinculados a la secularización, un aspecto potencialmente muy significativo en Oriente Medio. Una forma de familia más pequeña puede ser el resultado de un declive de las ideologías religiosas, pero también puede suceder lo contrario: que una fertilidad en declive lleva a un tal declive, como ha sucedido en la Europa cristiana. Cuando había muchos niños, como en los años cincuenta, presiones de una cierta importancia mantenían a las familias cerca de las instituciones religiosas, desde el momento en que aquellas buscaban una educación religiosa común y ritos religiosos comunes. El prestigio de la Iglesia crecía notablemente cuando, cada año, los sacerdotes se ocupaban de centenares de niños para las confirmaciones. Pero cuando a partir de los años setenta los niños empezaron a disminuir, las iglesias gradualmente se vaciaron. Al mismo tiempo las parejas, muy preocupadas por la propia realización personal y afectiva, empezaron a impacientarse respecto a todo intento por parte del clero de hacer respetar las leyes morales. Las mujeres, en particular, comenzaron a perder su afecto hacia las iglesias.

Si por parte europea un precedente puede funcionar como modelo, éste podría servir como hipótesis para la evolución de la religión en el Magreb en los próximos 10 o 20 años. Una sociedad tan dependiente de las mujeres en la escuela y en el mundo del trabajo como la sociedad europea simplemente no puede soportar ese tipo de ortodoxias intransigentes que los islamistas ofrecen en el tema de la familia. Los extremistas no pueden desaparecer de la noche a la mañana, pero deberán adaptar al presente de manera sustancial su mensaje en una sociedad civil que posee un poderoso sentido de los valores democráticos y de la igualdad entre hombre y mujer.

La demografía no explica, por supuesto, toda la cuestión; pero tiene un papel importante en cualquier intento de entender las actuales revoluciones políticas en Oriente Medio.

*La revista de la Universidad Católica de Millán que ha publicado el artículo, en el n. 3 del 2013