De nuevo, un testigo de Dios

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Javier Prades

La renuncia de Benedicto XVI nos ha sorprendido, haciendo aparecer lo que llevamos en el corazón, como sucede con los imprevistos. Lo primero que me ha llamado la atención en su intervención son las palabras "plena libertad". El Papa presenta este gesto, inimaginable antes de que sucediese, como una expresión plena de su libertad delante de Dios, como fruto de su relación con Dios. Pone ante nuestros ojos un ejemplo de lo que significa ejercer el gobierno sin cálculos o estrategias.

De nuevo, un testigo de Dios

Javier Prades

La renuncia de Benedicto XVI nos ha sorprendido, haciendo aparecer lo que llevamos en el corazón, como sucede con los imprevistos. Lo primero que me ha llamado la atención en su intervención son las palabras "plena libertad". El Papa presenta este gesto, inimaginable antes de que sucediese, como una expresión plena de su libertad delante de Dios, como fruto de su relación con Dios. Pone ante nuestros ojos un ejemplo de lo que significa ejercer el gobierno sin cálculos o estrategias.
No es la primera vez que el Papa nos desplaza con sus decisiones, empezando por la elección de su propio nombre, siguiendo por su primera encíclica, hasta llegar a tantas de sus intervenciones a propósito de problemas controvertidos. Y hoy, de nuevo, nos ha obligado a preguntarnos: ¿qué le mueve para tomar una decisión así? ¿Por qué es así? La primera ayuda que nos regala el Papa en este día es no saltarnos precipitadamente la impresión que ha producido en nosotros: ese instante de sorpresa, de estupor o desconcierto que no hemos podido evitar. Un momento que sugiere la presencia en este mundo de un factor distinto, absoluto, no controlado por nuestras medidas. Esa es la característica inconfundible del testimonio cristiano: el testigo nos mueve con su libertad a reconocer la presencia divina en la historia.
Así Benedicto XVI nos "obliga" a todos a interpretar lo que ha hecho, a proponer nuestra explicación. Las páginas de los periódicos están llenas de interpretaciones desde esta mañana. Ante todo hay acoger sus palabras: «para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado». Esa es la circunstancia que le ha conducido a moverse en una dirección sin precedentes en los últimos siglos, como es la renuncia. Confía la Iglesia al cuidado de Jesucristo y a la intercesión de la Virgen. Y está persuadido de que así sirve al bien de la Iglesia. Para comprender el hecho será de gran ayuda seguir esta pista que él mismo nos ha ofrecido. Se verá lo que hay en nuestro corazón si a partir de ahora crece en nosotros la certeza de que el Espíritu Santo dirige la Iglesia a través de todas las situaciones contingentes que nos toca conocer y vivir.
Tiempo tendremos para rememorar con toda gratitud y con afecto conmovido la riqueza inaudita de este pontificado. Hoy nos toca secundar la libertad del Papa poniendo en juego la nuestra. La máxima expresión de la libertad del hombre ante el Misterio es la oración.