Insatisfacción

Ángel Gabilondo

Hay formas de tristeza y de desdicha que adoptan las maneras de ciertaserenidad. Se alumbra así alguna melancolía. Detalles delatores anuncian que ni las cosas van bien, ni se atisban inmediatas modificaciones. No es siempre exactamente un asunto concreto. Podría ser una suma o un conjunto de circunstancias, pero tal vez ni siquiera sea suficiente para explicarnos lo que sucede, lo que en general nos ocurre. No es necesario que se trate de algo demoledor, aunque no faltan a quienes la situación les coloca en una posición límite. Ellos han de ser la prioridad. Pero no hemos de ignorar a cuantos aparentemente viven menos mal en una incomodidad e insatisfacción que sería insensato atribuir a su afán de tenerlo todo resuelto. Simplemente ni esperaban esto, ni está claro que en esto consista lo que merezca la pena vivirse.
En ocasiones, un conglomerado de discordancias de diversa índole confluye produciendo una sensación de estrago. Ni son exclusiva ni estrictamente sólo personales, ni se agotan en las insatisfacciones por la cuestión pública. Ni se reducen a su alcance social, ni se trata simplemente de algo singular. Casi uno de los problemas consistiría, no en la incapacidad sino en la imposibilidad de discernir con claridad unas de otras. O incluso nacería de la convicción de que poco avanzaríamos en caso de poder hacerlo. Para algunos, esta indiscriminada insatisfacción es cómoda. No exactamente ni siempre para quien la padece. En caso de ser tan general, podría conducir a determinada indiferencia o, en su caso, a identificar una causa global en la que concentrar todas las razones de tamaño despropósito. Ello sin necesidad de encontrarse especialmente concernido. Y quizá, por otra parte, a suponer hasta qué punto un solo hecho resolvería radicalmente nuestros males, una acción salvadora, una inmediata liberación. Semejante simplismo asentiría: una causa, una solución.
Sin embargo, la cuestión es más compleja. Un malestar podría recorrer nuestra existencia como arterias y venas que difunden y distribuyen una permanente incomodidad. Alcanza a las más insignificantes situaciones, a los más leves gestos, a cada momento, a cada decisión, como una insatisfacción que ya nos constituyepersonal y socialmente. Y ni es cosa de lamentarse ni de ignorarlo. Y tampoco parece adecuado atribuirlo sin más a una coyuntura histórica, por muy decisiva que pueda ser. No siempre tal insatisfacción obedece a que no logramos lo que nos proponemos. No pocas veces responde a que no nos proponemos lo que deseamos, o lo confundimos con lo que nos apetece, o desconocemos lo que de verdad nos importa, o lo reducimos a lo que nos interesa, o pensamos que nos es más útil. No siempre la causa radica en que nos hemos propuesto metas inalcanzables, que también. En ocasiones, simplemente es que nos hemos doblegado a lo que otros han preferido por nosotros, para nosotros. No es lo peorno llegar siempre, lo desalentador es no acercarse nunca y no hacer lo que nos corresponde, porque lo desconocemos o lo ignoramos.
Ahora bien, podría ocurrir, entonces, que nos comportáramos como quienes ya saben perfectamente lo quelos demás han o deberían hacer. Y así nuestro desconcierto se vería aliviado por esa seguridad. Nosotros comprensiblemente no lo hacemos, lo de los otros sería inexplicable. No solemos llevar hasta tal extremo la posición, pero conviene no olvidar que, si nos descuidamos, somos perfectamente capaces de serintransigentes con la labor de los otros y clarividentes sobre los incumplimientos, los suyos. Al menos así podríamos atribuir nuestra insatisfacción al quehacer que no nos compete y nuestra prestancia destilaría un sabor de coyuntura ya cuajada como un destino que nos habría “tocado”. El tiempo haría su trabajo en nosotros, en nuestro aspecto y en todo nuestro ser, bastaría fijarse. Pareceríamos insatisfechos. Y quizá lo estemos.
A veces, todo induce a asumir esa insatisfacción, sin vernos afectados en nuestras decisiones. Son competencias ajenas, pensamos. Como si solo cupiera sobrellevarla. Pero un evidente desamparo produce la sensación de estar siempre a la intemperie. Ningún atuendo, ninguna componenda, ningún ropaje de tipo alguno evitaría esa sensación y esa presentación de la desdicha. No sería preciso dar muchas explicaciones. La impresión ya sería expresión. Y antes de toda palabra, ya resultaría elocuente.
Aprender a vivir con semejante fractura es en ocasiones prudente. No nos satisface lo que pasa o lo que nos pasa. Tratamos de lograr, que sea diferente, pero no pocas veces no lo conseguimos. Continuamos con nuestras tareas, no desistimos, pero no resulta fácil liberarnos de unadesazón que ya habita en nuestra forma de ser y de estar. Un tenue pero consistente hilonos enlaza con quienes comparten semejante incomodidad y descontento como un, cada vez más transparente, vínculo. No siempre es preciso airearlo, ni alardear de que no compartimos lo que sucede. Sin embargo, el silencio tiene su elocuencia y ya nos encontramos con frecuencia con quienes están señalados por la misma herida. No se trata de una resignación, sino de la asunción de lo que ya, a su modo, nos constituye. La vida cotidiana parece acallar el despropósito, y el ir y venir enturbia lo que a su modo no deja de ser evidente. El tiempo y la reiteración esculpen rostros supuestamente armonizados,equilibrados en su desarticulación, labrados para dejar entrever ciertadesvertebración. La paciencia también hace su trabajo, pero no deja de presentirse que algo está a punto de no ser ya soportable.
Sin embargo, la fuerza y la convicción de que no hemos de ceder ante la insatisfacción, nos insta a lograr que ella sea más un estímulo para la acción, para la actitud despierta y crítica, para la conciencia de lo que supone vivir, para la apreciación de lo que nos falta, pero asimismo de lo que tenemos, y para permanecer alerta y creativamente dispuestos a comprender y a reescribir lo que hay, no sólo a padecerlo. Ni siquiera sólo a padecernos y a compadecernos.