Los iconos de Andrei Rubliov

El Mundo
Pedro G. Cuartango

Como el calor impide conciliar el sueño, la pasada noche volví a ver Andrei Rubliov, la película de Andrei Tarkovski sobre el genial pintor de iconos del siglo XV. El film es no sólo una profunda reflexión sobre la condición humana sino además una metáfora de lo que está sucediendo en nuestros días.
El monje Rubliov ha pasado a la posteridad como el más grande pintor de iconos y de frescos en las paredes de las iglesias rusas. Fue él quien decoró la catedral de La Anunciación en el Kremlin, ese estilizado templo de altos muros blancos y cúpulas doradas donde se conservan sus trabajos.
Hay un momento de la película en el que Rubliov se niega a pintar porque no quiere retratar el mal en el mundo. El artista es un místico que busca plasmar la bondad del hombre como reflejo de la esencia de Dios en sus obras. Pero lo que Rubliov observa es la pura devastación de una época en la que Rusia es saqueada por las invasiones tártaras, los boyardos abusan de su poder, el pueblo se sume en la brujería y la superstición desplaza a la religión.
Es un mundo que se hunde y en el que la cultura se refugia en los monasterios donde los códices y la fe preservan lo único que queda de una civilización heredera de un agonizante Imperio Bizantino, a merced del avance de los bárbaros.
Salvando las grandes distancias, la crisis económica ha destruido las certezas en las que nos habíamos educado y los valores que creíamos imperecederos. Nos sentimos, como Andrei Rubliov, zarandeados por unos acontecimientos que nos desbordan y gobernados por unos dirigentes que sólo se preocupan de sus propios intereses.
La realidad se ha vuelto amenazante y el mañana se ha convertido en sinónimo de grandes catástrofes.
Rubliov se refugió en su arte para sobrevivir en aquellos tiempos oscuros. Sus imágenes brillan hoy esplendorosamente y nos transmiten la convicción de que hay en el ser humano algo que merece ser salvado. Nosotros no somos Rubliov ni podemos legar una obra inmortal. Pero nada de lo que sucede nos es ajeno. Al ver esos iconos, estoy seguro de captar lo que él quería transmitir y siento que hay un vínculo que nos une: que todavía resulta posible ser solidario con los que sufren y luchar por un mundo más digno. Aunque padecemos la abrumadora presencia del mal, hay sitio en nuestros corazones para la esperanza. Los iconos nos muestran el camino.