Todo de la nada

Francesco Ventorino

Una vez más he estado en Tierra Santa guiando a un pequeño pueblo cristiano. La mayor impresión que se tiene en esos lugares deriva del método de Dios, que hace todo de la nada. Una inscripción de ningún valor se halla sobre los restos de una casa, en realidad una gruta; pero se trata, según los arqueólogos, del hogar de la Virgen. En apariencia, insignificante. Verbum caro hic factum est («el Verbo se hizo carne aquí»).
En la pobreza absoluta de aquel lugar, la humildad de una muchacha hebrea, que alimentaba la conciencia de la propia nada, acogió a Aquél para quien todo es posible. Es así como María se convirtió en el inicio de la creación nueva, obrada por su hijo Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios. Los auténticos protagonistas de la historia se caracterizan por la conciencia de la propia poquedad; y por la confianza en la omnipotencia de Dios.
Este indicio de una abismal desproporción se renueva cuando se encuentra a la comunidad cristiana que vive hoy en aquella tierra; una comunidad exigua respecto a toda la población de Israel y de los Territorios palestinos. Una minoría pequeña, los cristianos. Con todo, ellos custodian la verdad acerca del hombre y de la historia, y por lo tanto acerca del destino último de su patria. El cristianismo, de hecho, allí más que en otro sitio, resulta el lugar en el que lo humano es exaltado en su totalidad.
En oposición a este modo de actuar de Dios, se yergue en la historia el poder. Que se ríe de quienes desean vivir hasta el fondo de la fe cristiana; y a la vez teme sobre todo a ese tipo de hombre. Y se esfuerza en domarlo.
Precisamente en Tierra Santa se pone en juego, de forma emblemática, el destino de la humanidad. Allí se hace radical la alternativa entre la caridad y la lógica del mundo. Los cristianos construyen escuelas y hospitales donde acogen a todos; hasta han levantado una universidad en Belén donde la mayoría de los estudiantes son musulmanes. Además se ayudan entre sí para afrontar el problema de la casa y del trabajo, transformándose en un paradigma de lo que podría ser toda la sociedad. Quienes en cambio buscan con la violencia y la astucia la solución a una dramática contradicción entre pueblos diversos, de esa manera no hacen más que perpetuarla.
Ciertamente hay que identificar una solución política, y ello urgentemente; pero si no estuviera informada por la caridad hacia la persona, terminaría en una injusticia ulterior, hasta mayor que la que se pretende sanar.
Aún afligidas por divisiones de siglos, las confesiones cristianas constituyen un punto de referencia indispensable para toda la sociedad israelí y palestina. La escasez de sus testigos nada quita a la presencia de Cristo; es más, el Señor actúa precisamente a través de aquellos instrumentos suyos tan humildes, con quienes llama y vuelve a llamar a cada hombre.
De Tierra Santa los cristianos vuelven con una comprensión mejor del misterio de la Iglesia, sacramento de salvación para todos los hombres, y con una percepción más aguda de la propia responsabilidad en la historia. Responsabilidad que no puede esquivarse en nombre de la propia debilidad. Dios nos hace capaces de asumirla. Él, que hizo todo de la nada.