Benedicta actitud

Publicado en ABC
Hermann Tertsch

Todas las noticias generadas por los participantes de las Jornadas Mundiales de la Juventud inducen a la emoción. Todos estos días previos a la gran cita en Madrid ha habido concentraciones multitudinarias en diversas partes de España. Con la participación de decenas de miles de jóvenes, llegados de todo el mundo, con el propósito común de demostrar y compartir su fe, de escuchar al Papa Benedicto XVI y, ante todo, proclamar su alegría. La frase que más se escucha en los medios, de boca de jóvenes recién llegados, en decenas de idiomas y con infinidad de acentos es «estamos muy felices». Y la gratitud que expresan. Todos dan gracias por estar aquí, aunque lo están por propio esfuerzo. Todos se declaran emocionados, curiosos, felices y agradecidos. Es toda una marea de actitud mucho más que positiva, como se suele decir ahora, bendita. De aproximación ilusionada y expectante a unos acontecimientos para los que se han preparado anímicamente durante meses o años. Y por los que ya muestran su alegría, su esperanza y, sobre todo y en todo momento, esa gratitud que emociona también, y quizás especialmente, a quienes en nuestra trayectoria vital tan lejos hemos estado de esa fe que los mueve, motiva y enaltece. Este millón de jóvenes no viene a exigir nada, ni a reclamar sus derechos –que los tienen, aunque se les nieguen en tantos rincones del mundo–. No vienen a llorar su suerte por el paro, la miseria, la angustia de las dificultades económicas, la violencia que muchos de ellos sufren en sus países. No se manifiestan contra nadie. Porque consideran a todos los seres humanos iguales. Y todos quieren ver en el prójimo al hermano, hecho a imagen y semejanza de su Dios. Todos son sagrados por el mero hecho de ser. Estos jóvenes no tienen cuentas que saldar porque poseen el don y el mandato del perdón. No buscan retar a nadie porque las pendencias les son ajenas. No pueden odiar ni vengarse si quieren, y estos quieren, ser dignos de estar presentes en esta inmensa fiesta de la esperanza.
Así son los participantes en estas jornadas cristianas en Madrid que, eso está ya hoy muy claro, van a dejar una profunda huella en España. Moverán conciencias y sentimientos dormidos y olvidados en muchos y despertarán esa afinidad al bien que late en todos. Este alarde de felicidad, tranquilidad y gratitud en un mundo desquiciado se convierte en un acontecimiento extraordinario. La alegría genuina y sencilla de una multitud semejante no puede dejar indiferente a nadie, por muy al margen del mismo que pase estos días. Así las cosas, sí es pertinente preguntarse por qué precisamente en nuestro país se pueden movilizar gentes –quizás menos gente que medios de comunicación con su correspondiente megafonía– en contra de un acontecimiento que hace tan felices a tantos conciudadanos. ¿Cómo es posible que haya españoles que directamente sufran por el hecho de que otros muchísimos españoles se reúnan para expresar su felicidad, su alegría por la comunión en su fe con el Papa? La agitación en contra de esta gran fiesta cristiana que a nadie debía ofender es, sin duda, una manifestación del odio que muchos han sembrado con muchos medios y poder para ello. Pero al mismo tiempo es una expresión de impotencia, porque estos jóvenes, que no exigen derechos ni venganza, sino que ofrecen compromiso y perdón, rompen todos los esquemas de quienes habían proclamado extinta y enterrada a la Iglesia. Estos jóvenes demuestran que precisamente ahora, cuando las ideologías redentoras sólo presentan un devastador balance de desolación, soledad humana y angustia, existe la respuesta de la alegría y la esperanza.