No sólo un nombre: lo que el poder no sabía

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Fernando de Haro

Un 27 de septiembre como éste, hace 25 años, la historia de Comunión y Liberación en España volvió a empezar. Y en aquel momento sucedió algo extraño. En 1985 el movimiento que había echado a andar en la Italia de los 50 llevaba en marcha diez años en nuestro país. Después de que José Miguel Oriol se hubiera quedado impactado por la humanidad de don Giussani, había empezado, junto a su mujer, Carmina Salgado, y al matrimonio Carrascosa -Jesús y Jone- una aventura que les llevó a romper con el catolicismo de la HOAC en el que habían militado, a fundar Ediciones Encuentro, a dedicarse a la enseñanza y a reabrir muchos nuevos capítulos. Uno de ellos fue la amistad con un puñado de curas de la diócesis de Madrid.
Era un extraño grupo que había conseguido superar indemne los años trágicos e ideológicos del postconcilio, aquellos que produjeron masas de sacerdotes secularizados, y esa Iglesia española de finales de los 70 y principios de los 80, obsesionada por hacerse perdonar el pasado, por buscar tantas mediaciones en lo político, en lo social y en lo psicológico que compraba con mucha frecuencia mercancía averiada y de segunda mano. Cuando muchos de sus compañeros tenían como libros de cabecera las obras del neomarxista Marcuse o a Juan Salvador Gaviota (según les hubiera dado por "encarnarse" o por una solución espiritual que no tenía nada que ver con el cristianismo), los curas de los que los Orioles y los Carrascosa se hicieron amigos bebían en las auténticas fuentes del Concilio (Balthasar, De Lubac, Danielou), frecuentaban a los padres de la Iglesia y se habían dado alguna vuelta por los mejores institutos y universidades en los que se estudiaba exégesis bíblica e Historia de la Iglesia de Israel, Alemania y Estados Unidos. Sus universidades de referencia, en no pocos casos, eran laicas.
Aquel extraño grupo de curas, muchos sin haber cumplido los 30 años, habían creado un extenso movimiento parroquial en la diócesis de Madrid. Entonces Madrid era poco más que un desierto. Se encontraron con los Orioles y los Carrascosa porque leían lo mismo y tenían la misma pasión por recuperar un cristianismo que fuera a lo esencial, que vibrara sin complejos. Cenaron juntos por primera vez a principios del 79. Desde entonces hasta septiembre del 85 pasaron muchas cosas. Los jóvenes de sus parroquias crecieron y algunos se dieron cuenta de que estar a la sombra del campanario le daba mal color al cristianismo que habían encontrado. Querían más, querían vivirlo en la universidad, en el trabajo. Y empezaron a copiar lo que decía y hacía Comunión y Liberación. Primero crearon una asociación que se llamó Nueva Tierra. Pero no les resultó suficiente. Hasta que hace 25 años, cuando los rigores del verano se despedían, decidieron dejar de copiar y hacerse de CL.
Y entonces es cuando ocurrió algo extraño. El poder se puso nervioso. "No éramos nadie, éramos cuatro gatos", recuerda Carmina Salgado. Pero aquella decisión provocó una reacción desmesurada. Un mes después de que CL hubiese incorporado a Nueva Tierra, don Giussani vino a España. A presentar, como había hecho en muchas ocasiones, el movimiento que había fundado. Televisión Española lo recibió en el aeropuerto, un grupo muy nutrido de periodistas quiso reunirse con él, se sucedieron múltiples entrevistas y 1.000 personas acudieron al encuentro que protagonizó el sacerdote milanés. El poder político y el poder eclesiástico estuvo muy interesado en criticar y en crear una imagen falsa de lo que estaba ocurriendo. Televisión Española, entonces más controlada que ahora por el primer Gobierno socialista de Felipe González -en su horario de máxima audiencia y con un programa tan influyente como Informe Semanal- quiso difundir la idea de que Comunión y Liberación, tras la adhesión de Nueva Tierra, desembarcaba en España con una perfecta maquinaria para hacer posible algo parecido a una democracia cristiana como la italiana, para resucitar la sensibilidad del catolicismo franquista.
En términos parecidos se expresó El País. Los asuntos religiosos en la redacción del periódico de Miguel Yuste los llevaba el jesuita José María Martín Patino. En la redacción lo conocían como "el cura". Fue Martín Patino el que ofició el funeral de Polanco. Patino, hombre listo y con las antenas bien extendidas, había seguido con mucha atención lo que estaba sucediendo en Italia. Se quedó impresionado de lo ocurrido en el Meeting de Rímini en el verano del 85. Patino representaba entonces el poder eclesiástico, había sido vicario general de Tarancón. Interpretó Rímini como una plataforma para recuperar la vieja cristiandad. El lema de aquel verano, dedicado a Parsifal, lo consideró la encarnación de lo que denominó "un dogmatismo práctico que extiende excesivamente las exigencias del Evangelio". En un artículo de septiembre del 85 Martín Patino presentó a Comunión y liberación como un enemigo de lo que se había hecho en la transición española. En los meses siguientes El País dedicó otros diez artículos a atacar a CL.
La presentación del movimiento en España que hizo don Giussani a finales de octubre fue calificada como una amenaza neoconfesional. Eso sucedía en la televisión pública, la única del momento, y en la prensa laica. La prensa religiosa estaba entonces liderada por Vida Nueva, también representaba el poder. No había cura o monja que se considerase informado que no la leyera. Al frente del semanario estaba otro jesuita, Pedro Miguel Lamet. Giussani le concedió una entrevista que fue más un combate que una pieza periodística. Lamet una y otra vez intentó encasillar al fundador de Comunión y Liberación en esquemas ideológicos, presentándolo como un hombre contrario a los "avances" que había traído el postconcilio y al "cristianismo anónimo" que tanto se llevaba entonces. En un momento de la conversación Lamet sugirió que la nueva CL tenía una gran influencia en los obispos. Y el entrevistado le respondió que a Nueva Tierra y a Comunión y Liberación les había unido no la influencia "sino el deseo de que Cristo no sea un puro nombre" para que pueda ser encontrado por los jóvenes. En esta sencilla frase se escondía la clave de lo que el poder no sabía, la clave de su gran equivocación.
A El País, a Televisión Española y a la prensa religiosa especializada les dejó de interesar pronto CL. Buscaban un proyecto de hegemonía católico sustentado en la política o en redes de influencia y se encontraron a un grupo de amigos: dos matrimonios, un extraño grupo de curas y un puñado de jóvenes. Todos ellos bastante indocumentados. Allí no había más fuerza que la apuesta que don Giussani había hecho por un cristianismo como el de los inicios: confiado sólo a ese irresistible atractivo que tiene encontrarse con hombres contentos, nunca tranquilos, siempre dispuestos a reaprender lo que significa la fe. Lo que no supo ver el poder es que confiarlo todo a la libertad, cuando se propone un cristianismo que interesa a la vida, produce un cambio lento, el único cambio posible: el de un sujeto original, diferente. Lo que no supo ver el poder es que entonces, como ahora, la fuerza está en el yo. Así será también en los próximos 25 años.