Raphael Louis Sako (Massimo Migliorato/Catholic Press Photo)

Oriente Medio. «Cuánto alumbra una simple vela»

Una historia dolorosa, víctima de vejaciones y persecuciones, pero que no oculta los signos de paz, diálogo y esperanza en una Tierra Santa que sufre. El cardenal caldeo Sako cuenta cómo viven los cristianos en Iraq y Kurdistán
Maria Acqua Simi

La guerra en Tierra Santa ha vuelto a poner el foco en la cada vez más exigua presencia de cristianos en Oriente Medio. Obligados a abandonar sus tierras a causa de la discriminación, los conflictos y el terrorismo, ya son muy pocos los que optan por permanecer allí. Pero alguno queda. Y no lo hace por falta de alternativas, sino «por amor». Nos lo cuenta el cardenal Raphael Louis Sako, patriarca de la Iglesia caldea. Él mismo está sufriendo estos meses una persecución infamante en Iraq, pues el pasado mes de julio el jefe del Estado, Abdul Latif Rashid, revocó un decreto histórico que reconocía al cardenal como líder de la Iglesia iraquí y administrador de los bienes eclesiásticos. Ha decidido mudarse de Bagdad a Erbil, en el Kurdistán iraquí para permanecer al lado del casi medio millón de cristianos que siguen viviendo en el país.

Ruinas del monasterio caldeo de Mar Gorgis devastado durante la ocupación del Isis en Mosul, Iraq (Ansa-Dpa/Ismael Adnan)

«Con todas las dificultades, la nuestra es una Iglesia viva, dinámica, donde la participación en la misa y la fidelidad a la eucaristía resultan conmovedoras. Aquí los cristianos viven un gran servicio de caridad con todos, también con los musulmanes. Con este amor esperamos la Navidad, que para nosotros será una celebración discreta, esencial, sin triunfalismos, por la situación que estamos viviendo así lo impone. Pero en el centro siempre estará el Niño Jesús». No evita las preguntas personales y cuando le preguntamos qué desea para este Adviento, afirma: «Le pido a Jesús que me permita ante todo vivir una espera basada en la esperanza. El Adviento es un camino, un tiempo que aprovecharé para rezar a este Niño. Su nacimiento es un don para todos pero cada año tengo que volver a descubrirlo, volver a escucharle, volver a amarle. La oración es condición necesaria para la esperanza: si espero, vivo un dinamismo interior que me hace pedir, me pone de rodillas».

Rezará también por las comunidades que tiene encomendadas en un país donde la situación económica es muy frágil y donde los ataques contra los cristianos son diarios: marginación laboral, expoliación de sus propiedades, cambios demográficos sistemáticos en las ciudades de la llanura de Nínive (zona históricamente poblada por comunidades cristianas, ndr). La masacre de la catedral de Nuestra Señora en Bagdad en 2010, cuatro años después de la llegada del Isis, con el asesinato y el éxodo de cientos de miles de cristianos, la inestabilidad política, las brigadas proiraníes que discriminan a los no musulmanes, el terrible incendio en Qaraqosh que hace apenas dos meses mató a más de cien cristianos durante una boda, y al final la reanudación de las tensiones entre israelíes y palestinos, que ha repercutido en toda la región.

Misa del gallo en la iglesia de la Virgen María en el barrio de Karrada en Baghdad, en 2021 (Ansa/Ahmed Jalil)

«Comprendo a las numerosas familias cristianas que deciden irse de Iraq y de Oriente Medio en busca de un futuro mejor para ellos y para sus hijos, pero miro con esperanza la tenacidad con la que muchos otros se han quedado. Pienso mucho en las palabras del Papa que quiso venir a Iraq para recordarnos que todos somos hermanos. Ahora sufrimos pero aquí tenemos una vocación. No hemos nacido por casualidad en Iraq, Siria, Líbano o Tierra Santa. Hemos sido llamados para ser misioneros con nuestro bautismo. Este ha sido un punto central en el Sínodo que acaba de terminar: todo bautizado debe vivir plenamente su fe para transmitirla al mundo. Nosotros los cristianos de Oriente Medio, con nuestra presencia, testimoniamos a todos nuestra fraternidad. Nuestras pequeñas comunidades cristianas son la sal de la tierra; siendo infinitamente pequeños, somos como candelas. Pero cuando estás a oscuras, ¡cuánto puede alumbrar una velita! Puede pasar con cosas muy concretas. Por ejemplo, se ha creado un comité de diálogo entre cristianos, chiítas, sunitas y yazidíes en Iraq, y en toda la región oriental las comunidades cristianas se han involucrado en el ámbito educativo, cultural y caritativo para vivir la fidelidad, la paz y el perdón. La nuestra es una fe fecunda. Nuestra tarea consiste en preparar el terreno para el futuro, para los que vendrán mañana. Porque las guerras acabarán, la paz vendrá y harán falta hombre y mujeres libres para reconstruir».

En este sentido, el reciente Sínodo también ha sido, según el cardenal, «un momento de mucha gracia», hasta el punto de que en una de sus últimas homilías ha querido desear al mundo musulmán que pueda vivir una confrontación así de abierta y apasionada. «Deseo que los musulmanes también puedan experimentar una verdadera sinodalidad para descubrir la belleza de su fe. Creo que necesitan confrontarse más con los problemas de la modernidad, afrontar cuestiones incómodas como la exégesis o la interpretación del Corán. Las autoridades religiosas musulmanas deben hacer algo porque se ha difundido una mentalidad cerrada y rígida. Si no se ofrece algo interesante, ¿dónde irá a buscar un joven?».

LEE TAMBIÉN – Los pilares del Sínodo

Para vivir la unidad e intentar salir de las guerras que cíclicamente sacuden los países de Oriente Medio, según el cardenal no existe otra vía que «una conversión del corazón profunda y radical. Hay que tener el coraje de abrirse a quien es diferente. De la unidad nace una fecundidad que puede contagiar a la política y a la sociedad. Esto vale también para nosotros los cristianos, que a veces nos perdemos en nuestros asuntos. Atención, cuando hablo de unidad no quiero decir uniformidad. Es precioso tener diversas liturgias, lenguas y tradiciones, pero no debemos olvidar que en el centro está Cristo. Y Cristo –como nos enseña la Navidad– es lo que el mundo espera».