El cardenal Zuppi en el Meeting de Rimini (Foto Ansa)

Zuppi. La verdadera naturaleza de la amistad

La homilía del arzobispo de Bolonia y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana en la misa inaugural del Meeting 2023
Matteo Maria Zuppi*

Los profetas no cierran los ojos para imaginar algo que no existe. En medio de la confusión histórica, amenazante y angustiosa, ante las oleadas brutales de las pandemias que forman parte de la propia vida, nos ayudan a ver y buscar ahora, cuando aún no existe, nuestro futuro, para que exista y porque existirá. Dios está dentro de la historia, no fuera. El verdadero opio son las muchas dependencias ampliamente ofrecidas por un mundo que ya no sabe escuchar la palabra de Dios como palabra de amor que nos cambia a nosotros y que cambia la historia. «Porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos», afirma el profeta. Esa visión nos ayuda a comprender el valor y la responsabilidad de lo que vivimos aquí, en este lugar del mundo que al principio parecía un sueño, a algunos una ingenuidad. Cuánta falta hace un mundo que sea amigo, donde todos puedan ser amigos, construyendo comunión para toda la familia humana. Ciertamente, el sueño de una amistad entre todos los pueblos se topa con la tentación de replegarse sobre uno mismo o, peor aún, alzar nuevas fronteras, con antagonismos y polarizaciones que pierden de vista el conjunto, con prejuicios que persisten y se amplifican en el mundo digital, con racismos e intolerancias que nunca resultan inocuos o inertes porque siempre envenenan y arman las mentes, los corazones y las manos. El aire está contaminado por tanta epidemia de enemistad, como os ha dicho el papa Francisco. Nuestro compromiso como cristianos, hijos de un Dios “amigo de los hombres”, es para que crezca nuestro sentimiento de pertenencia a una familia –porque el yo solo existe con un tú y con un nosotros–, a la única familia humana, sin la cual se pierde el valor de las diferencias. El yo, separado de todo vínculo, se cree el Único y ve a los demás como extraños y enemigos. Decís bien: “La existencia humana es una amistad inagotable”, porque el amor de Dios, en efecto, no acaba y dona vida a todo lo humano. Jesús nos llama “amigo” a cada uno, incluso cuando nos defendemos de Él o lo traicionamos, y lo hace hasta el final de su vida y de la nuestra para que esa amistad no acabe y sea siempre más fuerte que cualquier amargura o decepción. Amigos y no esclavos. A veces puede darnos miedo esta amistad que no toma por entero y preferimos ser esclavos, ¡en realidad solo dueños de nosotros mismos! Amigos, no esclavos. Amigo, no dueño. Vivimos estos días, llenos de testigos del pasado y del presente, para ser testigos también nosotros de una amistad que no acaba, en un tiempo fuerte y peligrosamente individualista, con todas las patologías que eso genera. El individuo enferma cuando no se encuentra con su prójimo o cuando cree que puede prescindir de él o salvarse solo.

El papa Francisco os pedía estar dispuestos a una amistad universal, que empieza en la amistad entre vosotros pero no se encierra en una étnica, sino que está abierta a acoger el bien que cualquiera puede aportar a la vida de todos. A ello nos ayuda el evangelio de hoy. Es una de las pocas veces que va más allá de los confines. Nos invita a ir más allá de los confines de la tierra. Decía don Giussani: «Queda abolida la extrañeza». El amor no tiene límites y se siente en cada en todas partes, todo es su casa. Esta mujer sabe perfectamente que es extranjera. Es ella quien busca a Jesús. Cuántas personas, de tantas formas a veces fragmentadas y contradictorias, buscan una amistad verdadera, más fuerte que el mal. Esta mujer grita porque necesita piedad. El mundo no le resulta amigo. Cuántas invocaciones del sufrimiento se pierden en la nada sin respuesta, en la tragedia de las guerras, en la inmensidad del desierto, del mar, de un mundo hostil e indiferente porque no es amigo. Es un encuentro difícil el de Jesús con esta mujer siro-fenicia. Duro. Cuesta dialogar porque hay que superar muchos prejuicios, la memoria y las razones de todos ellos. Incluso parece que Jesús quiere recordárselos a la mujer y a los suyos para destruirlos.

El encuentro dentro de una amistad siempre es generador de algo nuevo, cambia a todos, a Jesús, a la cananea, a los discípulos. Al papa Francisco le gusta decir que en el encuentro no vence uno y otro, sino que vence algo nuevo. Esa mujer que estaba sola, definida por la etiqueta de extranjera, se convierte en cambio en lo que ella es, una persona única y original que acoger y amar. Jesús, y nosotros con Él, no acepta su extrañeza sino que la afronta, pues para Él nadie es indiferente ni enemigo. Aquí Jesús se enfrenta a la insistencia de esa mujer, que llega con una petición inesperada, al principio molesta, inoportuna. La amistad es más fuerte. A la mujer le basta una brizna. No cree que el problema sea demasiado grande y que no pueda encontrar curación. Ella no se resigna al sufrimiento, ama a su hija y en Jesús intuye haber encontrado a aquel que puede curarla. Ese encuentro –que al principio parece imposible– se convierte en el más hermoso, sorprendente y personal. «Que se cumpla lo que deseas». He ahí la voluntad de Jesús, que en realidad cambia con alegría nuestra vida (¡muchas veces sin ninguna insistencia por nuestra parte, sino más bien con cierta desconfianza!) y se fía de nosotros para que hagamos experiencia y el mundo se vuelva amigo para todos. De esta mujer aprendemos a no avergonzarnos, a pedir, a ser insistentes en la oración y en la amistad con todos, para que el deseo de una vida plena encuentre siempre respuesta. «La verdadera naturaleza de la amistad es vivir juntos libremente por el destino. No puede haber amistad entre nosotros, no nos podemos llamar amigos, si no amamos el destino del otro por encima de todo, más allá de cualquier cálculo». Este es nuestro compromiso para cambiar la historia, para que el mundo se vuelva amigo y las personas amigas entre sí, tal como Dios lo quiere. Laudato si’. Fratelli tutti. Amén.

*Cardenal arzobispo de Bolonia y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana